DE PARTOS
Amaneció orvallando. Y así ha continuado durante todo el día. Como también aquí padecemos una severa y larga sequía este orvallo mantiene al menos la suficiente humedad en las plantas y en los campos para conservar esos verdes que tanto me serenan. Es una levísima cortinilla de microgotas de agua a veces despreciada por el caminante no avisado pero que acaba por empapar ropas y carnes. Se diferencia de su pariente, la lluvia, porque es silenciosa, difuminada, apenas apreciable tras los cristales. Se delata por las huellas de agua que va depositando en todas las superficies.
Hace tres días que el bullicioso o leve canto, según los momentos, de las más diversas aves se ha acompañado a ratos por unos lamentos profundos, dolorosos, inquietantes que el eco se ocupaba de esparcir por el valle.
La casa que disfrutamos se encuentra en la ladera de ese valle estrecho y largo que se dirige hacia el mar. La ladera de enfrente está coronada por algunas sólidas casas entre extensos prados. Tras ellas asoman unas montañas impresionantes que forman parte de la avanzadilla de los milagrosos Picos de Europa. Algo alejada, en esa primera línea de horizonte se vislumbra, entre el bosque, una construcción que alberga ganado. Lo suficientemente lejana para no compartir aromas pero lo bastante próxima para escuchar los profundos lamentos.
Mi mujer me aclaró: “una vaca está de parto”.
¡Acabáramos, el motivo de los quejidos era menos cruel y fiero que lo que yo temía!.
“Pero -le dije- tengo la impresión de que no se trata solamente de una voz”.
“No es extraño -me contestó- posiblemente inseminen varios animales al mismo tiempo y, por tanto, es fácil que sean coincidentes los partos”.
Desvelado el enigma se alivió mi inquietud al tiempo que se perdía el embrujo de lo misterioso. En cualquier caso, los mugidos de una vaca que se queja son tan largos y profundos que se escuchan con el corazón. No es fácil abstraerse de ello. Ahora pienso que en su desazón proclama su apretura y seguramente solicita auxilio.
Tras una sesión más apremiante, una de las voces enmudeció. Con los prismáticos intenté ver al recién nacido. No lo conseguí. Pero efectivamente otra compañera continuó con sus lamentos profundos. ¡Suerte amiga!
Como es tan frecuente por aquí, repentinamente se disipó la densa nube en la que hemos permanecido. Como por ensalmo apareció un sol ya de última tarde. Observo embelesado el verde valle tornado ahora en dorado por los rayos postreros.
El nuevo ha llegado a una tierra deliciosa. Regalada por la naturaleza y olvidada por los humanos. Pero hoy no me deslizaré en politiqueos. ¡Es tan hermosa y bendita ésta tierra! Con las luces últimas me pierdo en el valle y venero a las montañas. ¡Gracias!
30-7-23
CM
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