FE Y ESPERANZA
Se reanudó la lluvia. No violenta pero tan persistente que anegaba el corazón de Elena. Comenzó a llorar sin dejar de utilizar la pesada pala conque iba recogiendo y apartando la tierra herida por el pico de David. Trabajosamente la enorme zanja prosperaba. Calada hasta los huesos y el rostro hecho un amasijo de sudor, agua y desesperación. Al ritmo de sus brazos la tierra enlodada se acumulaba a un lado de los jirones trazados por David. Trató de que sus lágrimas limpiaran sus negros pensamientos pero no lo logró.
- ¡Puta guerra! masculló.
Como relámpagos se iluminaban en su memoria plácidas escenas de su reciente vida pasada. Su hijo queridísimo salpicando de puré el mantel por el aún torpe manejo de la cuchara. Los abrazos nocturnos de lujuria descontrolada con su pareja. Los rayos primeros del sol iluminando el tazón de leche humeante recién preparado por su madre. El beso acariciador de su padre urgiéndola para llevarla a la escuela… Todos muertos. Un criminal y certero misil acabó en menos de un segundo con todos ellos. Y vació brutalmente su propia vida. Cuando a los meses apareció la ocasión de integrarse en el ejército implicado en defender a su país, a su tierra, de la invasión demoníaca, no dudó en ofrecerse. Calculaba entorno a dos años de su no vida. Ni un día claro, ni una noche sosegada, ni un alimento saboreado, ni una sonrisa. Huérfana de fe y de esperanza. Tan sólo aguardando que alguno de los que ella iba a matar la matasen antes a ella.
- Elena, tomemos un respiro - jadeó echándose al hombro el palo del pico.
- ¿Para qué?
-Estoy exhausto. Y me conmueven tus sollozos.
- Lo lamento David. No supuse que me oías.
- Te oigo, te escucho, te siento con toda tu historia en lo más hondo de mi corazón. Te respeto como se respeta a una divinidad. Vivo con la ilusión de aportar algo valioso a tu alma.
-Mira David, tú sabes que no existe para mí persona en este mundo que me conmueva. Sin embargo, tu derroche de ánimos, tu fe ciega en la victoria, tu esperanza de recuperar una vida humana, tu infinita paciencia conmigo, los tengo tan presentes que son el hilo último que me sujeta a este mundo infecto, canalla, miserable, injusto. Pero no creo que haya victoria posible ni que se pueda recuperar una vida estimable. Tan sólo queda sufrimiento hasta el final.
- Pero Elena, no puede haber sufrimiento tan sólo. Creo, porque necesito creer forzosamente, que tú y yo trabajamos para alcanzar una victoria inevitable, inapelable, definitiva. Nuestros esfuerzos y durísimos padeceres diarios no hacen otra cosa que acercarnos a ella. En cuanto la alcancemos, poseemos recursos suficientes para construir la nueva vida que nos espera. Superaremos sin duda el dolor por la pérdida sufrida. Y valoraremos la vida que reconstruyamos como jamás lo hubiéramos imaginado. Te imploro que permitas que yo pueda asomarme a tu alma, que forme parte de tu existencia, que te acompañe guardando siempre tu sombra. Porque te amo. Del amor nace la fe y la esperanza que nos ha de servir de cimiento para la vida en común que te propongo. Veo por ti, respiro por ti, siento por ti, padezco y lloro por ti y te aseguro que, si me lo permites, reiré contigo como si fuera nuestra risa primera.
La mirada y las palabras vehementes de David abrieron una aguda brecha en el luto del alma de Elena. ¡Era posible vencer! ¡Era posible una vida venturosa compartida! Por primera vez en varios años atisbó luz en el horizonte.
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