LOS CHURROS DEL DOMINGO
Estamos estos días ejerciendo de abuelos y perriabuelos: dos niños de casi quince y de nueve años y dos perritas (a la caniche negra la conocisteis siendo muy pequeña, regalo extremadamente desacertado que se me ocurrió hacerle a Mily, corregido después porque la acogieron con enorme alegría en casa de mi hijo). A su madre (la de los niños) la operaron hace cuatro días el intestino por su pertinaz problema de “divertículos”. Fue bien (la operación) y parece que también la recuperación.
La de 14-15 tiene una estupenda (Dios la conserve) pandilla de chicas y chicos de su edad. Siempre fue un encanto (mi nieta me “encandiló” desde recién nacida). Sigue siendo una cría-jovencita especial. Esta pasando la tremenda transformación de muy buena forma, pero la está pasando (como le digo, su definición es “tránsito” con revolución hormonal). A las tardes le acerco a la villa (no más de cinco minutos en coche) y la recojo a las nueve, hasta ahora con precisión exacta.
Más difícil lo tiene el de 9 porque han emigrado sus cuatro amigos más señeros. Es un cielo pero ni su abuela ni yo estamos capacitados para cubrir sus ausencias. Afortunadamente es un gran lector (y principiante escritor) y, ¡cómo no! es un amante entregado de los juegos digitales (alguna vez tengo que hacer el ridículo acompañándole).
Sabéis que suelo madrugar. Esta mañana pensé en sorprenderles con una suculenta “churrada”. A las nueve de la mañana de un domingo Ribadesella es como un enorme cementerio de coches adueñados de todo el posible espacio para aparcar. Hace años que los regidores progres optaron por promover la ecología impulsando el uso de la bicicleta (es obvio que ni Mily ni yo existimos para esa gente) y obstaculizando el uso del coche. O sea que, para comprar churros un domingo, me la tengo que jugar parando el coche sobre una acera (cierto que innecesaria a esas horas) en tanto mi amiga la churrera fríe la vianda mientras amenaza que “si aparece un policia por aquí, lo destripo, no se preocupe” (no quisiera ser yo el Policia frente a mujer tan aguerrida).
Bien, llegué a casa con los churros. Parecía todo perfecto. ¡Quiá! El portón del coche abre con mando a distancia. ¡ES IMPRESCINDIBLE QUE AL ABRIR EL PORTON LAS PERRAS NO ESTÉN EN EL JARDÍN! Antes de pulsar el mando me cercioré de que ninguna perra asomara por el jardín. Abrí el portón. A medio pasar el coche veo que se abre la puerta de casa: aparece la cabeza de mi nieto y entre sus piernas las dos perritas. La mayor, emprende carrera ignorando las voces del crio. Sale escopetada la perra perseguida inútilmente por el infante que corre, grita y llora. Al jaleo y griterío se despierta y levanta mi nieta. Es, además, una formidable corredora. Pero la perra no paraba en desaforada carrera. Salí con el coche tras ellos. Al poco ya volvía mi nieta con la perra en brazos y el crío detrás llorando. ¡Habían atravesado la carretera próxima! Afortunadamente a esa hora de un domingo (antes de las nueve y media) la carretera no tiene casi ningún tráfico.
O sea, los churritos pudieron ser motivo último de una tragedia. En fin, los churros estaban excelentes. Y alguna de las manías de los ancianos no son bobadas.
9-7-1923
CM
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