CORTE DE DIGESTIÓN EN SAN JUAN
Anoche era la gran fiesta del fuego. Las hogueras de San Juan. Ancestral celebración con que se sigue recibiendo al verano. El tiempo acompañó correspondiendo a la ocasión. Aquí, (en Ribadesella) está bien organizado. Se destina una amplia y cómoda zona para el festejo. A una hora prefijada, los grupos familiares y de amigos acceden a ella para balizar la parcela que se les acomoda. Aporta organización y orden a una fiesta que lleva implícito cierto desmadre. Aún carezco de información de familia y amigos sobre cómo se desarrolló la fiesta. Pero otros años resultó espléndida, con un acogedor y divertido ambiente. Éste año mi nieta mayor, María de Lugás, ya compareció con su grupo de amigos en “parcela propia”, natural y señero a los quince años. Ni que decir tiene que ingredientes obligados de la fiesta son la comida y la bebida, a más de la música, celebración del fuego purificador, …
Nosotros, acordes con la edad y circunstancias, acudimos a comer al hostal de unos antiguos y buenos amigos. Hace años concursaban con ventaja en la elaboración de la fabada asturiana. Extraordinaria, ingredientes de primerísima y profunda devoción y cuidado a la cocción en leña. El resultado, espectacular. Además del coqueto hostal, madre e hijo fueron embelleciendo el lugar con una formidable floresta y mimo exquisito en la decoración tradicional salpicada de aportaciones importadas por la inquietud y sensibilidad del hijo. Son entrañables y así nos vienen recibiendo desde hace décadas. Inevitablemente cada año, en la tertulia que con ellos hacemos, se emplea más tiempo en relatos de enfermedades, huesos quebrados, ampliándose el abanico cada año. En gastronomía perdieron la brillantez que durante tantos años tuvieron en la confección de la fabada pero fueron ampliando su artística y exquisita carta con más opciones. En fin, todos los ingredientes para disfrutar grandemente de una estupenda comida.
Pero yo “la jodí” (fastidié, quiero decir). Al salir de casa hacia el hostal-restaurante me “calcé” con precipitación y enorme esfuerzo unos antiguos vaqueros que viven aquí desde hace años. Cierto que tenia el recuerdo de que en los años últimos ya se había producido un apreciable desajuste entre la talla del pantalón y mis hechuras. Mi “desparrame” corporal ha sido de traca este año, muy concentrado en lo que fue cintura (ahora, parte central del cuerpo). El caso es que el pantalón primero y su cinturón después quedaron “encinchados” a mi cuerpo con esfuerzo notable. A medio pulmón llegamos al lugar de nuestro festejo.
Razonablemente, yo no llevaba ropa “para comer”, me tenía que haber abstenido. Pero no lo hice: bolitas de exquisitísimas croquetas con variedad de ingredientes (jamón, merluza, pulpo, …). No debí, pero las bolitas eran irresistibles y fueron al saco. Siguen haciendo allí unas cebollas rellenas de atún y con una salsa invencible. Pasaron al saco también. Luego una fabada por todo lo alto que, aunque no goza de los esplendores de antaño, sigue siendo un plato (con su compango) inevitable. A la hora del postre ya me habían saltado todas las alarmas y desestimé su variada y deliciosa oferta. Nos despedimos más rápido de lo que me hubiese agradado y llegué a casa (cuatro minutos) hecho fosfatina.
Descinchar fue un momentáneo alivio. Apareció entre las telas un vientre descomunal, porque lo es y porque sufría una muy evidente inflamación.
Comenzó el calvario. Se fue extendiendo a toda velocidad un dolor profundo, angustioso y persistente. No hubo con qué calmarlo (almax, reni, sal de frutas, quedos y superficiales masajes sobre el sillón articulado, …, ¡nada!). Evidentemente algo se había emponzoñado y estaba sufriendo los síntomas claros de un importante envenenamiento. Que no fue por la calidad de las comidas (de todas tomó mi mujer sin ningún contratiempo) sino por haberlas ido almacenando durante tiempo fuera de lugar. Supongo que los cuarenta y cinco centímetros de tubo digestivo que hace más de diez años se quedó en el quirófano añadieron alguna traba más al “reventón”.
Pero lo peor es que no reventaba a pesar de variadas visitas al retrete. Tan mal me sentía que probé lo que algunos me habían comentado e incluso creo que vi en alguna película: ya que por la puerta de salida no había manera de vaciar en condiciones, había que intentar hacerlo por la de entrada. Carecía de experiencia pero sí sabía que se trataba de introducir dos dedos hasta el fondo de la boca y forzar el vómito. Conseguí sacar una ridiculez para lo que esperaba pero fue el primer alivio en muchas horas. Como pasaban las dos y media de la madrugada aproveché raudo para meterme en la cama. Acierto total: dormí sin sobresaltos hasta la seis treinta y cinco.
Rápidamente al retrete. Comenzaron a funcionar los tubos. Comenzó a vaciarse la ponzoña. ¡Qué descanso, qué alivio, qué gusto, qué inicio de regreso a la vida plácida! Prescindo de comentar olores y aspectos por desagradables y no amigables. Me queda una especie de fatiga en las piernas.
Hoy “sopitas y buen vino” que aconsejan de antiguo a los viejetes y, sobre todo, algo de mayor cordura a esta edad eligiendo atuendos adecuados que no pongan trabas al buen yantar (¡qué inteligentes los moros con sus chilabas!).
24 de junio de 2023
CM