NÉMESIS,
DONDE LAS DAN LAS TOMAN
Cuando el cabo penetró en el recinto se topó con un festín de sangre, una mujer semidesnuda encogida sobre una cama, un anciano lloroso consolándola y dos cuerpos inertes y una escopeta en el suelo encharcado. Un sollozo tenue entrecortado, levísimos quejidos y una especie de canturreo infantil del abuelo. Un olor denso, dulzón, mezcla de sudor, sangre y dolor.
El viejo Pedro aún vivía con su mujer, Caridad, sólos. Seguía atendiendo a diario el olivar que recibió de su padre y aquel de su abuelo, y éste de su padre …, actualmente unas cincuenta hectáreas, cinco mil imponentes olivos de picueles que formaban parte cardinal de la familia. Eran varias las generaciones que venían viviendo gracias a esa fecunda tierra de producción vecera que obligó a una sabiduría ancestral exigente para ser comedidos, prudentes, frugales y guardosos en los años de buenas producciones sabiendo que la siguiente cosecha había de ser con certeza mucho menor.
Dos hijos tuvieron Caridad y Pedro. Candela, la mayor, nació hace unos veintiséis años, despierta y lista desde la cuna. Un año después llegó Manuel, fuerte y sano. Candela llamó la atención desde su primera niñez por la curiosidad enorme que por todo manifestaba y por su llamativa capacidad intelectiva. En el colegio de las monjas destacó desde el principio especialmente en las asignaturas de ciencias. Acumuló matrículas curso tras curso y acabó el bachillerato con premio extraordinario. Con diecisiete años no tenía dudas de que sería ingeniero electrónico. Los padres, naturalmente perplejos, centraron su atención y esfuerzo en que su niña fuese a la bastante próxima Toledo para estudiar aquello que tenía tan claramente pensado. Consiguió Candela realizar los cinco años en cuatro, todos con la cosecha de matrículas que habituaba, obteniendo apenas cumplidos los veintidós el premio extraordinario de fin de carrera. Obtuvo una prestigiosa beca para prolongar sus estudios en Alemania. De regreso a España fue contratada de inmediato por una multinacional con oficinas en Madrid.
Manuel, sin ser nada extraordinario intelectualmente, remató sus estudios con una buena formación profesional como electricista, responsable, simpático y mañoso, pronto se hizo fama en la comarca como buen profesional, con lo que no le faltaba trabajo que, además, le permitía ayudar a sus padres en el cuidado de las tierras. Desde niño fue un enamorado del campo, pero, ayudado por la sabiduría y experiencia de sus viejos comprendió que debía procurarse un oficio. No tuvo dudas en cuanto a cuál ya que, de siempre, había mostrado interés y habilidad por todo lo relacionado con la electricidad. Era en el pueblo un mozo querido y respetado por todos. Las chicas festejaban su simpatía y sus ocurrencias a las que nada estorbaba su muy atractivo porte. Hacía tiempo que había comprometido sus relaciones con una joven de acaudalada familia y hacía un año celebraron su matrimonio. La casa que les facilitaron sus suegros, sobradamente amplia para los dos, terminó vistiéndola su reciente mujer con enorme gusto, de manera que construyó un confortable hogar.
Era raro que Candela faltara los fines de semana en el pueblo. Para que mejor gozase de su independencia, en una antigua construcción anexa a la casa familiar habían montado una especie de bello apartamento con una amplia sala de estar, un par de sillones, una mesa-velador, una mesa y sillón de trabajo, chimenea y cocina, un dormitorio separado por unas estanterías repletas de libros y, tras una puerta, una estancia de aseo con retrete y ducha. De manera que, unido a la vivienda de sus padres, le permitía una cómoda autonomia con que disponer libremente de sus horarios, sus lecturas, sus relaciones sociales y su soledad.
Todos los años, en primavera, festejando la recogida de la oliva se celebraban importantes fiestas populares: pregón, nombramiento de la reina de la fiesta y sus damas, procesión de carros engalanados, baile popular, … el pueblo entero participaba y acudían cantidad de forasteros atraídos por la fama y atractivo de la fiesta.
Caridad, Pedro, sus hijos, y una buena cantidad de familiares y amigos se integraron como siempre para celebrar su fiesta. En la verbena bailaron todos tratando de salvar los pies de los pisotones ajenos y cuidando de no colocar los zapatos propios encima de los demás. Euforia, risas, alegría desbordada, bullicio, espontaneidad, cierta locura colectiva. La fiesta transcurría en sana diversión dentro de unos admitidos límites de desmadre.
Avanzada la noche, Pedro indicó a Caridad la conveniencia de retirarse. También a Candela le pareció una medida oportuna, se encontraba verdaderamente machacada. Así, se despidieron de los más próximos. Manuel y su joven esposa María aún se encontraban en pleno baile. Iniciaron tranquilamente el regreso a casa los tres. El aire fresco de la noche estimulaba. Pero la edad y achaques de los mayores haría que se demorasen casi quince minutos en hacer el camino de vuelta a casa. Al llegar, se despidieron con unos besos cariñosos y entraron cada cual en su vivienda.
Un grito desgarrado, aterrador, hizo saltar a Pedro de la cama, coger la escopeta y un puñado de cartuchos, salir a la noche y entrar por la puerta entreabierta de Candela.
¡NÉMESIS! A toda la comarca llegó el alarido profundo y bélico de la poderosa diosa mitológica griega, responsable de la Venganza, la Justicia y la Fortuna. También alcanzó su voz potente a cada recodo del Olimpo.
Alguien forcejeaba sobre su hija y otro le sujetaba las piernas desnudas. Dos disparos produjeron un estruendo prolongado que retronó miles de veces en los árboles. Se desplomaron dos cuerpos. También el de Pedro cayó al suelo, pero como impelido por un resorte llegó hasta la cama de su hija, encontró sus escasas ropas y su rostro salpicados de sangre. Tomó con exquisito cuidado y ternura su cara con la angustia de encontrar heridas, No las encontró, pero del cuello le brotaba sangre abundante. Caridad, de rodillas junto a su hija se fundió con ella en un excitado abrazo. Rompió la joven en un llanto convulso empapando de lágrimas y babas la camisa de su madre que, al poco, dio con el teléfono y marcó. Los dos cuerpos desconocidos permanecían inertes.
En el hospital, Candela en una cama, Pedro en la otra y Caridad entre los dos, se iban serenando lentamente. Por fortuna Candela tenía un corte no muy profundo en el cuello, ya curado y tapado, múltiples arañazos y cardenales por brazos y piernas, terror y repugnancia infinitos. La veloz intervención de su padre evitó males irreversibles.
En el pasillo Manuel y María hablaban con dos médicos. La joven se recuperaba normalmente. Había tenido suerte con la herida del cuello porque se la habían producido con un cuchillo que le habría causado un gravisimo problema de haber profundizado. El traumatismo emocional evolucionaba bien, pero seguramente precisaría de apoyo psicológico. El padre sufría un severo problema emocional, un efecto natural de lo sucedido. En cuanto a los asaltantes, los dos se encontraban en estado muy grave. Uno había perdido prácticamente media cara y aún no se conocía el alcance de afectación al cerebro. El otro sufría una perforación de pulmón y tenía afectados otros órganos con diversos grados de daños. Las pérdidas de sangre habían sido muy importantes. A ambos se les estaba interviniendo quirúrgicamente en esos momentos.
-Buenos días, Manuel. Lamentamos enormemente la tragedia que ha sufrido vuestra familia. Pero ya nos han informado que se recuperarán totalmente. Los asaltantes son forasteros y ya veremos si salen de ésta. Técnicamente su padre está detenido hasta que se presente ante el juez y emita la resolución oportuna. Pero no queremos añadirle ninguna incomodidad más. De forma que cuando salga del hospital deberá permanecer en casa hasta que se encuentre en condiciones de pasar por el cuartel para que podamos tomarle declaración y elaborar el preceptivo informe antes de presentarse ante el juez.
-Muchas gracias por todo. Su ayuda y su exquisita atención no la olvidaremos jamás. Instalaremos en casa a mis padres y a mi hermana. Será lo mejor para que estén totalmente atendidos. Seguro que él será el primero que desee pasar por el cuartel para lo que sea menester. Les repito mi agradecimiento personal y el de toda la familia.
Al día siguiente dos mujeres jóvenes bien trajeadas y con corteses maneras de quienes están acostumbradas a mandar se presentaron en el hospital.
-Venimos a visitar a la señorita Candela Ortega. Les ruego que le indiquen que somos la directora general y la directora de la asesoría jurídica de la empresa en que trabaja.
-Un momento señoras. Ahora aviso al médico de planta.
Pocos minutos después las visitantes entraban en la habitación en la que aún permanecía Candela. A sus padres ya les había recogido su hermano la noche anterior.
-Que sean buenos días, Candela. Lamentamos profundamente todo lo ocurrido y somos portadoras del cariño y buenos deseos de todos tus compañeros.
-¡Por Dios! De ninguna manera deberíais haberos molestado. Pero os lo agradezco de todo corazón -se quebró su voz y la asaltó un breve sollozo-, por favor no dejéis de transmitirles a todos mi agradecimiento. Como veis sigo viva y recuperando rápidamente el tono para participar en la pelea.
-Verás, el motivo de que me acompañe Juana es porque suponemos que en tu familia pudiérais tener alguna molestia jurídica. Si fuese así, queremos que sepas que nos ocuparemos lo que sea necesario.
-Benditas seáis. Ni tan siquiera se me había ocurrido algo tan obvio, lo cierto es que aún me encuentro bastante ofuscada. No tengo palabras que recojan suficientemente mi gratitud.
Durante varios minutos departieron en primer lugar con el pormenor de los tremendos sucesos acaecidos. Después, haciendo cábalas sobre el pronto reinicio de su actividad laboral y el desarrollo de los interesantes proyectos en que ella se encontraba involucrada y finalmente las nuevas y ambiciosas planificaciones que se planteaba la alta dirección de la empresa. Fue un encuentro, primero muy emocional, después muy gratificante y finalmente muy interesante. Se despidieron con gran cordialidad en la confianza de que la reincorporación pudiese ser pronto. También recalcaron que el servicio jurídico de la empresa se hacía cargo desde ese momento de la representación de su padre, para lo que tomarían contacto directo con él, una vez que Candela le explicase la decisión tomada.
Unas semanas más tarde la joven ingeniera, integrada en su trabajo a pleno rendimiento y entusiasmo, sólo sufría algunas alteraciones en su sueño nocturno. Cada vez menos frecuentes, pero aun tremendamente angustiosas. Pero su talante, su familia, su trabajo y sus amigos formaban un ejército invencible incluso contra una brutal y espantosa agresión. Las positivas revisiones médicas de sus padres también le aportaban la serenidad necesaria.
Enfrascada en su trabajo atendió finalmente las llamadas reiteradas en su teléfono. Desde la centralita de la empresa le trasladaron que una mujer insistía en hablar con ella. Se presentaba como Irene Sumita, directora de la revista femenina Matriz muy volcada en el apoyo a las mujeres. Aceptó que le pasaran la comunicación.
-Buenos días, soy Irene, directora de la revista Matriz, y estoy muy interesada en que me conceda una pequeña entrevista en que charlemos del brutal ataque que sufrió recientemente. Seguro que con ello puede ayudar a otras mujeres. Y sólo emplearíamos unos minutos.
-Buenos días, Irene. Pero tengo trabajo acumulado y, por otra parte, ningún deseo de revivir lo que tanto me ha costado superar.
-Me hago cargo. Sin embargo, debo insistirle pues le aseguro que apenas nos llevaría unos minutos y creo que sería muy importante la ayuda que pudiera usted prestar a otras personas. El único objetivo de nuestra revista es justamente ayudar.
Candela pensó en la cantidad de personas que a ella la habían ayudado. Bueno, pudiera ser que con su personal sacrificio pudiese ayudar ella.
-Está bien. Aunque no puedo ofrecerle más de media hora. Podría aprovechar el momento en que bajo a tomar un té a la cafetería de la esquina próxima a mi oficina.
-¡Desde luego, muchas gracias!, yo estoy muy próxima a su oficina, ¿podría ser hoy?
-Está bien, en treinta minutos.
Cuando tomaba el ascensor para acudir a la cita ya estaba totalmente arrepentida de haber cedido ante una desconocida que había manifestado una actitud que le pareció excesivamente perentoria y agresiva. Pero no era capaz de incumplir su compromiso.
Cuando entró en la cafetería, a esas horas casi vacía, identificó con certeza a la tal Irene: algo mayor que ella, algo estrafalaria en el vestir, el pelo teñido multicolor, algún piercing a la vista y un tatuaje llamativo sobre una ceja. Estuvo en un tris de darse la vuelta. Pero ya la multicolor se le echaba encima estrechándole las dos manos como si existiera entre ellas algún tipo de confianza.
-Sabía que no me equivocaba contigo. ¿Nos sentamos en aquella mesa suficientemente apartada?
No fue necesario contestar porque ya alcanzaba la mesa. No pudo por menos de seguirla y sentarse frente a ella. Enseguida acudió una camarera que tomó nota de un café sólo y un té verde que tardó poco en servir.
-Pues tú me dirás que te interesa saber.
-Realmente conocemos casi al detalle los hechos del ataque salvaje que sufriste. Pero me gustaría que me pudieses comentar tus sensaciones, si te sentiste muy humillada, por ejemplo. Eran fieras sin duda, como suelen comportarse habitualmente los machos y …
-Oye, oye, no generalices. Todo lo contrario, los hombres de mi vida son extraordinarias personas. Y realmente, en veintiséis años tan sólo he sufrido esta mala experiencia con hombres. Aunque es verdad que su comportamiento no fue humano sino tremendamente salvaje.
-Bueno, yo diría entonces que, aunque parezca incongruente, has tenido suerte. O quizás no hayas sido consciente a lo largo de tu vida de la sumisión a la que te has visto sometida siempre.
-Mira, no insistas. Soy una persona afortunada sin duda. Tengo una maravillosa familia, amigos y vecinos estupendos y en mis estudios y mi trabajo jamás me he sentido discriminada por mi condición de mujer. Lamento mucho que disientas, pero lo cierto es que no soy modelo de mujer maltratada en absoluto, salvo claro está, el horrible episodio del que me dices conocer bastante. Sinceramente, no me explico cuál es tu intención en esta entrevista.
-Digamos que ha querido la casualidad que no te hayas sentido violentada por esta sociedad de mierda, con perdón. Por cierto, ¿estas bien asesorada para fulminar a esos criminales? Además de la revista, pertenezco a una organización bravamente luchadora por los derechos de las mujeres. Tenemos importantes ayudas estatales que nunca son suficientes. Quizás puedas tú ayudarnos en esto.
-Vamos a ver, no insistas. Veo clara tu intención y tengo que decirte que no puedo estar más en desacuerdo con tus planteamientos. Además, no puedo evitar la sensación de que no has sido franca conmigo. Y eso, no lo admito. Se nos agotó el tiempo.
Se levantó sin despedirse, le hizo una seña a la camarera para que le anotase el importe de las consumiciones y salió a la calle. Jamás volvió a saber de Irene Sumita. Pero se reprochó la estupidez de haber cedido a encontrarse con una desconocida que, como mínimo, estaba como las maracas de Machín.
Los atacantes lograron salvar la vida, pero con secuelas muy considerables. Pasaron a disposición judicial tras muchos meses detenidos en el hospital.
La juez de instrucción, escuchado el testimonio de Pedro y de Candela y visto el atestado de la guardia civil, apreció legítima defensa y resolvió no investigar a Pedro.
Los olivos lucían esplendorosos acompañando el resurgir de toda la familia.
Y Némesis descansó en el Olimpo.
17-10-23
CM
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