lunes, 23 de octubre de 2023

 MIEDO

 

 


 

Considerado el miedo como una de las seis emociones primarias (ira, alegria, tristeza, asco, sorpresa y miedo) por Eckman en los años setenta del pasado siglo y, por tanto, comunes a todas las culturas y civilizaciones, hago algunas consideraciones personales y algún juicio sobre el manejo de su poder.

 

Yo he padecido algunos miedos indeseables (recuerdo alguna pesadilla horrorosa de la que me despertaba empapado en sudor) y he disfrutado de otros miedos buscados (como cuando corrí en los encierros de toros bravos en mi entrañable Miraflores de la Sierra).

 

También he percibido que las causas del miedo me han ido variando al compás de la edad. De niño llegué a temer al “hombre del saco”. Ahora una caída se encuentra entre mis primeros temores.

 

También recuerdo cómo han sido variadas mis respuestas ante el estímulo del miedo: algunas veces escapar, otras enfrentarme hasta superarlo.

 


Mantengo, si no miedo, sí prevención ante lo desconocido. De forma que algunas sensaciones de vértigo han respondido a mayores alturas en lo muy conocido que las que me producían vértigo por primera vez. Quizás, por tanto, tenga su importancia el hábito o costumbre que tengamos a sus posibles causas.

 

Mantengo el miedo al dolor y no he llegado a digerir emocionalmente que deba ser compañero necesario de la enfermedad o del anuncio de transitar por una etapa final de la relativamente larga carrera de la vida. El natural desgaste y deterioro no deberían de producir dolor. Al menos dolor físico.

 

Entre el dolor físico y el espiritual, hasta hoy me ha acobardado mucho más el espiritual que el físico. También porque he encontrado y dispuesto de remedios más sencillos y eficaces para luchar contra el dolor físico (aún por un dolor de muelas o un cólico nefritico). Sí, hasta hoy, el miedo espiritual me da más miedo.

 

Otra curiosidad es que me ha producido más miedo ver el peligro en otros (mis hijos, desde luego) que en mí mismo (caso clarísimo el del vértigo).

 

No me considero una persona especialmente miedosa, corriente también en esto. Y he conocido personas en los extremos opuestos que me han sorprendido. También creo, por tanto, que el miedo se padece a nivel puramente individual, con independencia del peligro que lo provoque.

 


Según parece son muchos y variados los tipos de miedo que los diversos especialistas han establecido para encasillarlo. 

 

Hoy, espoleado por un magnífico artículo de Monseñor Sánchez Monge (“¿Nos encontramos ante el totalitarismo blando?” – El Debate, 17-10-23), quiero centrarme en el miedo como dispositivo de poder. Escribe el señor obispo: 

 

“El totalitarismo duro o blando se basa en una ideología hecha de mentiras. Su implantación y perduración depende del miedo que la gente tenga a desafiar esas mentiras. Hemos de ser lo suficientemente fuertes para plantarle cara en público y decir lo que realmente pensamos o, al menos, negarnos a afirmar lo que no creemos. Quizás no podamos vencer el totalitarismo, pero podemos encontrar dentro de nosotros y en nuestra comunidad los medios para vivir revestidos con la dignidad de la verdad”. 

 




Yo quiero esa dignidad.

 

Al abrigo de tan atinadas palabras, lo primero que debo decir es que me repugna profundamente cualquier tipo de autoritarismo. Y que es mi deseo saber ser demócrata y vivir en una sociedad democrática.

 

Opino que lo que viene sucediendo en la gobernación de España desde Jose Luis Rodriguez Zapatero y, muy especialmente, Pedro Sánchez Perez-Castejón, es una evidente deriva hacia el autoritarismo: 

-desprecio absoluto a los compromisos electorales (debo suponer que los votantes del actual presidente en funciones se consideren y sientan hondamente estafados), 

-ataque destructivo al Poder Judicial, convirtiéndole en un apéndice del gobierno y paralización anestésica del Poder Legislativo (la representación de la ciudadanía).

-desprecio al propio poder ejecutivo, permitiendo que los miembros del gobierno defiendan posturas radicalmente enfrentadas.







Todo ello en aras de mantener el poder personal del líder absoluto (fūhrer). Los ciudadanos, indefensos; con su única arma efectiva, el voto, desnaturalizada, inservible. ¡Adiós democracia!

 

Se ha producido un deterioro o dominio sobre las más diversas instituciones democráticas, asaltando los diversos centros de poder político y mediático.

 

Y con una actuación ajena a los límites morales más básicos: mercadeo con filoterroristas, con independentistas, con delincuentes condenados por la justicia (luego indultados por el líder) y con prófugos de la justicia. ¡Vaya panorama!

 



Hasta ahora había permanecido ignorante de la denominada Agenda 2030. Pero la reiteración en sus bondades y avales por personas de las que desconfió profundamente me han incitado a hacer una leve aproximación a sus propósitos y contenidos. Para ello he escuchado atentamente una breve, pero muy ilustrativa conferencia de don Higinio Marín, rector de la universidad San Pablo, CEU. 

 

Desgraciadamente, lo que me barruntaba se confirmó con creces en el análisis del prestigioso filósofo Marín: el documento de la ONU contiene las pautas para encarrilar a la sociedad mundial hacia un cambio en profundidad en aras del progreso para lo que marca 17 Objetivos de Desarrollo de los que recojo alguna nota:

         -Uniformidad, sin diferencias ni singularidades. Sin libertad de elección para ser, o no, parte de una masa uniforme.

         -Desprecio a la familia. Dios es el Estado Salvador.

         -Estatalismo como neutralismo. Sus funcionarios y burócratas dan cumplimiento al bien social.

         -Igualdad de género sin vinculación al sexo.

         -Salud sexual y Reproducción: estimulación al aborto, difusión de anticonceptivos.

         -Educación por el Estado.

 

La conclusión del conferenciante es que, de los 17 Objetivos, dos son radicalmente contrarios a la moral cristiana y uno, con serias reservas.

 

En definitiva, se sustituye al individuo como centro de la dignidad moral y se traslada a los grupos (étnicos, culturales, …). Se trata de construir una sociedad dominada por “papá-estado”. ¡Ah!, y con un planteamiento “colonizador” en que las sociedades desarrolladas impondrían los modelos a las sociedades subdesarrolladas.

 



Por otro lado, también he escuchado la tesis de un gran especialista en análisis económico: el objetivo consistiría en que, en 2030, los grandes poderes económicos habrían obtenido de cada uno de nosotros la única información que les falta para el dominio completo: en qué gastamos nuestro dinero. ¿Cómo?: estimulando un endeudamiento atroz (público y privado) hasta que (con el objetivo en 2030) se produjera un crack total. En tal punto, se ofrecería a los ciudadanos cambiar sus monedas convencionales por monedas digitales, con una importante reducción mediante. En tal “Paraíso”, toda la sociedad mundial quedaría totalmente sometida al pequeño grupo dominante. ¡Curiosa tesis! Aún más, deprimente.

 



Da miedo.

 

 

 

23-10-23

 

 

CM

         

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