LOS HALCONES
Madrugo habitualmente. En verano salgo con frecuencia al jardín con el primer clarear del día. Al fondo del estrecho y largo valle que enfila el mar veo al rato asomarse al sol. Sol asturiano, casi siempre entre un coro más o menos denso de nubes. De forma que las tiñe de los naranjas más variados. Mis primeros minutos discurren en un silencio solemne y una quietud total. Con la luz arranca un concierto de voces frenético de multitud de variadas aves. Y comienza a desperezarse toda la naturaleza. Solo a ella se oye: el lejano cacareo del gallo madrugador, los trinos de minúsculos pajarillos, el rumor de la hierba al crecer y, en ocasiones, la brisa ligera del mar cercano.
Con el pastar del ganado próximo entran en concierto los esquilones denunciando el incansable rumiar de las vacas y aparecen las jóvenes y níveas garcillas boyeras que tan a menudo las acompañan en los últimos años. El conjunto produce un efecto sobrecogedor. Sí, soy inmensamente pequeño y sigo vivo.
Más tarde tengo asegurado acceso preferente a un fascinante espectáculo del mejor circo natural: los halcones (“ferre moru” en la costa asturiana, “ferre palomberu” en Gijón). Estas aves extraordinarias son posiblemente los animales más veloces de nuestro planeta. Enormemente bellos, tamaño entre treinta y cinco y sesenta centímetros, llegan a alcanzar una envergadura de ciento veinte centímetros, siendo las hembras sensiblemente mayores y más robustas que los machos (hasta setecientos cincuenta gramos ellos y hasta mil quinientos gramos ellas). Son formidables cazadores para lo que la parte superior del pico tiene la proximidad de la punta serrada, las patas muy fuertes y unas garras formidables. Cazando llegan a alcanzar una velocidad próxima a los trescientos kilómetros por hora. Un absoluto prodigio de diseño para la caza.
Me acomodo en la terraza de casa, leo, escucho música, hasta me pongo a escribir a veces. Va descendiendo la ladera del estrecho vallecito. Dominando la ladera de enfrente permanece solitario y abandonado un antiguo poste de electricidad. Hoy es una atalaya predilecta de los halcones. Desde ella semejan estatuas. Pueden pasar largo tiempo inmóviles, vigilando el cielo y el campo. Repentinamente emprenden vuelo en aceleración sorprendente. A veces raseando el fondo del valle. Otras ascendiendo hasta casi desaparecer de la vista. En ocasiones planean a gran altura trazando círculos irregulares. De improviso comienza su ataque a velocidad de vértigo. Si es desde una enorme altura, cayendo en picado en exhibición formidable. Es irreal su capacidad de girar a tan tremendas velocidades. Es muy raro que el ataque no tenga éxito. Son de una singular eficacia.
En época de cría la pareja se alterna en la cacería en un trabajo incesante, inagotable. Cuando ya no es preciso atender y defender el nido, la pareja actúa con mucha frecuencia coordinada. Así lo hacen, por ejemplo, cuando atacan a una especie para mí especialmente odiosa: los córvidos. Es sorprendente la valentía y arrojo con que los halcones atacan a presas sensiblemente mayores. Me parece imposible superar las piruetas aéreas que realizan a enorme velocidad. Un día un halcón voló a no más de cuatro metros de mí. Sentí el aire que desplazaba. Apenas pude reparar en una especie de pequeña rata que se llevó volando entre sus garras.
La exhibición de los halcones cazando es ciertamente extraordinaria y puede durar muchísimo tiempo. Y yo puedo pasar un tiempo indeterminado observándoles. Disfrutando en directo de uno de esos espectáculos abracadabrantes que nos regala la naturaleza.
Fue el muy querido y admirado Rodriguez de la Fuente quien, hace muchos años, nos regaló con un documental apasionante sobre los halcones y la cetrería que me cautivó totalmente. El “amigo Félix”, extraordinario naturalista y divulgador científico fue pionero en España (y muchos otros lugares del mundo) en proclamar el amor y el respeto necesarios a la naturaleza. Ahora, cada vez que asisto a una actuación en directo de los maravillosos halcones tengo un cariñoso y agradecido recuerdo hacia el profesor Rodriguez de la Fuente.
Ya tengo muy repetido que uno de los aconteceres más curiosos y entretenidos es observar cómo va cambiando el campo constantemente. La aportación de los halcones a tal reflexión es enorme.
30-9-23
CM
Una magnífica loa a los halcones.Me sorprende, que estando en ese entorno regreses a la monótona Majadahonda.
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