MÁS DE MEDIO SIGLO (1970-2020)
Nos conocimos un día de primavera de 1967. Recibí de inmediato el flechazo de Cupido. Mily se retrasó un poquito más. Cuando aquella primera tarde le rodeé su grácil y estilizada cintura para emprender el primer baile comencé a estremecerme involuntariamente. Supe que era la mujer para mi vida. Me facilitó su teléfono y esa misma noche le llamé y porfié hasta conseguir convencerle para que al día siguiente tomásemos juntos el aperitivo. Creo que en ese encuentro de El Latigazo nos enamoramos perdidamente. Mily había comenzado a salir, sin compromiso, con un joven médico. Yo, en el tercer curso de universidad, había empezado a alejarme de mi colaboración con un sindicato estudiantil antifranquista de principios democristianos. Había comprendido ya la diferencia entre un profesional de la política y los que no lo éramos. Además, el movimiento estudiantil se había radicalizado rápidamente alentado por el PC. Mily seguía sus estudios de música dedicando buena parte de su tiempo al piano. Desde aquel mágico aperitivo nos vimos a diario y muy pronto nos comprometimos. Han pasado cincuenta y tres años. Jamás hemos dejado de vernos ni un día salvo cuando, por trabajo, pasé quince días entre Navarra y Barcelona tomando contacto con el mundo editorial y, después, hice un periplo de varias semanas por Sudamérica (¡nueve países en menos de treinta días!).
Vernos a diario tenía la facilidad de la cercanía de ICADE a la casa de sus padres. Pero soportamos el enorme obstáculo de que, por reminiscencias de las costumbres de una época anterior, siempre tenía que salir y regresar a casa en compañía de sus hermanas. Nunca sola. Con esa cruz cargamos los casi tres años que vivimos nuestro noviazgo.
En la milicia universitaria contraje la tuberculosis. Pero antes de saberlo, con la inestimable ayuda de un matrimonio mayor de primos suyos, nos reunimos en Benidorm aprovechando mis vacaciones por la jura de bandera. Fue el paraíso. Gozamos dentro de los límites que el momento histórico imponía.
Las estancias de Mily con su familia en Villarrobledo se extendían desde el final del anterior hasta bien entrado el nuevo curso. No tenía otro remedio que visitarle en el pueblo. Nos pusieron mil obstáculos pero los superamos apasionadamente. Y eso que tengo que decir que mi relación con sus padres fue siempre amigable. En particular con su padre trabé una relación sinceramente afectuosa. Hombre admirable y singular, de sólida formación y gracejo que penaba por no haber tenido un hijo varón.
Terminé la universidad en septiembre y el diecisiete de diciembre de ese año 1970 nos casamos. Una ceremonia desangelada en que se plasmó lo que para nosotros era simplemente una atención a las familias. Desde luego mis queridísimos padres, sobre todo mi madre, habrían sufrido de no celebrarlo. Para colmo Mily aún arrastraba un fuerte catarro más otras incomodidades. Yo sólo deseaba cerrar tras nosotros, ¡solos!, la puerta de nuestra casa de Guzmán el Bueno. ¡Primera intimidad en más de tres años! Mientras ella se acomodaba, salí a por unos bocadillos para cenar en la privacidad cálida de nuestro hogar. Una cena de lujo verdadero.
Luna de miel en Miraflores de la Sierra. En un hotel en el que tan solo encontramos a los dueños (viejos conocidos de mi niñez) y el servicio. ¡Únicos clientes! Cuatro días intensos; nuestra economía (regalos de boda en metálico) no daba para más. Tampoco necesitamos más. En el padrón de aquel diciembre tuvimos que declarar que vivíamos “de las rentas”.
Vivimos más de un mes de absoluta locura y desorden. Yo no comencé mi primer trabajo hasta el siguiente mes de febrero. ¡Todo el tiempo para nosotros, sin más horarios que los que imponían las comidas en las casas de nuestros respectivos padres!
Mes y medio más tarde comencé a trabajar en un banco en tanto que Mily se hacía cargo de la llevanza de la casa. Nunca me gustó ese trabajo aunque progresé rápidamente y en un año, con veinticuatro apenas cumplidos, me nombraron subdirector de agencia.
A un mes del matrimonio Mily quedó embarazada (desde luego fue un invierno muy frío en que los cuerpos mendigaban calor humano). Y en la penúltima semana de octubre de 1971 se producía el primer gran hito de nuestra vida común: nació nuestro hijo Carlos. Pasadas las primeras horas resultó ser un bebé bello, sano y fuerte. A partir de ese momento se desvió el eje que gobernaba nuestras vidas: todo comenzó a girar alrededor de Carlos. Pero su aspecto saludable ayudó a equivocar al pediatra que no supo ver a tiempo que sus quejidos y lloros constantes se debían a una grave infección de oídos. Tuvieron que trepanarle de urgencia para dejar salir toda la infección acumulada. Y nosotros aprendimos repentinamente lo que es la zozobra, la angustia y la profunda preocupación. En esos momentos parte importante de mi sueldo se iba en farmacia. Aún así, no se cómo se las arreglaba Mily para celebrar en casa el final de cada mes con una pequeña mariscada. Afortunadamente las finanzas familiares estuvieron siempre en sus manos.
Compramos nuestro primer coche: viejo y desvencijado, pero andaba. Y en el verano nos fuimos a casa de mis padres en Miraflores. Para entonces el vientre de Mily ya era prominente lo que no impedía que trepásemos juntos por el monte. En uno de los innumerables paseos (tiene que andar mucho, repetía el ginecólogo) se nos enfrentó una manada de perros asilvestrados. Me quede petrificado. Mily nos sorprendió a mí y a los perros poniéndose a cantar y consiguió que marcharan. De esas, las ha hecho a docenas a lo largo de los años.
Carlos mejoraba muy lentamente y su pediatra nos recomendó el aire puro de la sierra. Por eso alquilamos una casa en Becerril para el año completo. La criatura mejoró pero tuvo que afrontar dos cirugías: vegetaciones y hernia inguinal (posiblemente de tanto llorar). Viéndole hoy, convertido en un fuerte y sólido padre de familia, parece mentira que se trate de la misma persona.
Me animé a buscar un segundo hijo y se lo propuse a Mily, que aceptó. Pronto quedó de nuevo embarazada. Y el veinte de febrero de 1973 nació Mónica. Había aparecido el segundo gran eje de nuestra vida que comenzó a girar entorno a los dos pequeños. Mónica no dormía por las noches hasta no tomar su biberón de agua de anís. Pero tenía un carácter alegre, amoroso y divertido. Aunque hoy día es la persona más sacrificada y gozosa con sus mascotas, sus inicios fueron de terror hacia el nervioso Thor, nuestro primer perro. Fue un bebé muy bueno pero con manías como negarse a pasear dentro del cochecito. Afortunadamente se crió sin problemas de salud. Sigue manteniendo ahora el mismo carácter (“cascabel” le llama un buen amigo), a pesar de la dureza con que ha tenido que afrontar la vida.
La carga de los dos críos y la ocupación de la casa le dejaba a Mily sin aliento. Pero aún sacaba fuerzas para alegrar las reuniones con los amigos. Al haber sido nosotros los primeros en casarnos, nuestra casa se convirtió en refugio de colegas aún solteros, todos muy jóvenes (yo tenia veinticuatro años cuando nació Mónica) y todos con vitalidad y ganas de diversión. Antonio y Pilar, Enrique y Elena, Gonzalo y Charo, Ignacio y Virginia, Javier y Rosa, Carlos y Sara, ..., eran asiduos de nuestra casa. Con el tiempo formamos un grupo estable con Jesús y Javier y sus respectivas esposas. Salíamos a cenar los seis todos los viernes y con ellos hemos realizado algunos de los viajes más notables de nuestra vida.
Me hicieron una oferta para incorporarme como directivo en una empresa editorial. No dudé mucho en dejar el banco a pesar de las promesas de promoción que me hicieron. En el mundo editorial he pasado casi cuarenta años de mi vida laboral. Muy gratificantes. Tuve la suerte inmensa de conocer y tratar con grandes personas y de trabajar con compañeros excepcionales. A pesar de los más de díez años transcurridos desde que me retiré aún recibo el cariño de mis antiguos compañeros y colaboradores a quienes tanto debo. En el cambio gané vida y perdí tiempo libre porque tuve un trabajo entusiasmante pero muy absorbente. Me incorporé a la editorial al tiempo que nacía Mónica: en este caso se cumplió que la recién nacida trajo un fructífero pan bajo el brazo.
Carlos se casó con María. Fue el siguiente gran hito de nuestra historia familiar. Al cabo de un tiempo decidieron cambiar radicalmente de vida. Marcharon a Asturias y allí buscaron y encontraron su acomodo. Ahora disfrutan de una preciosa casa en las proximidades de Ribadesella. Carlos con su exitosa empresa inmobiliaria y María dirigiendo el instituto de la villa.
Mónica no ha tenido suerte hasta ahora con sus parejas con quienes tampoco consiguió tener un hijo biológico. Pero su fuerza, preparación y tenacidad hacen de ella una mujer coraje que triunfa en su especialidad de coach en la que ha encontrado enorme y amplio reconocimiento. El siguiente gran hito de nuestra historia fue su marcha de casa para casarse.
Volvimos a encontrarnos juntos y solos, como al principio. En el trayecto quedaron heridas y enormes satisfacciones. Entre ellas la de haber sabido transmitir a nuestros hijos buena parte de los principios y valores que les adornan: buenas personas, cumplidores, fiables, honrados a carta cabal, amigos de sus amigos, ...
En el camino quedaron trozos de nuestras vidas. Enterramos a nuestros padres. Y a varios de nuestros amigos. De nuestros mayores recibimos un cariño y educación impagables. Su memoria permanece con nosotros. Y de sus enseñanzas hemos procurado participar a nuestros sucesores.
Otro hito especial fue el nacimiento (el pasado julio cumplió doce años) de María de Lugás, hija buscada insistentemente por Carlos y María, quien estuvo a punto de perder la vida en el intento. La aparición providencial del santo cura don Agustín tiñó el embarazo de tintes sobrenaturales (llegaron a conocer en la comarca a María de Lugás como “la niña del milagro”) por la intercesión que hizo a la Virgen de Lugás y la inesperada y sorprendente gestación que se produjo. Desde que nació la nena algo cambió en mí: una ternura nueva enormemente reconfortante. María de Lugás sigue siendo hoy una persona excepcional por su bondad, sensibilidad, inteligencia y enorme facilidad en todo lo que fija su atención.
El siguiente hito fue el nacimiento de David (el próximo marzo cumplirá siete años), segundo hijo de Carlos y María. Él llegó con la guapura puesta. Y ha desarrollado un ingenio y una gracia natural verdaderamente extraordinarios. Te partes de risa con sus ocurrencias. Es enormemente amoroso. Y absorbe todo lo que puede de lo mucho que ofrece su hermana mayor a quien adora, respeta y admira. David es puro nervio y enormemente imaginativo, apasionándose con todo lo que sea mundos y seres fantásticos.
F
El hito más reciente ha llegado de la mano de Mónica: adoptó una preciosa niña siberiana que permaneció siete años en el orfanato de un lejano pueblo perdido sin conocer el afecto ni las enseñanzas intelectuales más básicas. Aliona lleva un año y medio entre nosotros. Desprende ternura. Ha hecho grandes progresos gracias al sacrificio incansable de su esforzada madre, aunque con dificultades importantes. Ha tenido la inmensa suerte de poseer una madre animosa que se ha empeñado en una lucha titánica para que Ali salga adelante.
Vuelvo al regazo de mi amor. En ella encuentro el reposo, la certeza y la inmensa gratitud por una decisión vital acertada. Envejecemos juntos. Nuestra vida se hace naturalmente más pequeña. Pero contemplamos la evolución de nuestra estirpe con la honda satisfacción de haber hecho juntos algo importante.
¡Feliz aniversario!