Por ley natural (aunque no siempre se cumpla) seré el primero en “desfilar”, viajando al lugar que habitan desde hace años nuestros padres. Desde ese sentimiento de la finitud del tiempo y de la gravedad de perder oportunidades es desde el que escribo esto.
Nuestros padres tuvieron la responsabilidad de inculcarnos unos sólidos principios éticos. ¡Y vaya cómo lo lograron! Somos afortunadamente el perfecto ejemplo de cómo deberíamos comportarnos los humanos. Los valores que nos transmitieron y que luego hemos ido desarrollando son de una calidad excelente. Especialmente valiosos en una sociedad que tengo la sensación de que no solo no ha avanzado en ese aspecto sino que, en demasiadas oportunidades, parece en franco retroceso.
El respeto por la vida humana, la certeza de que la verdad nos hace libres, la fuerza de la palabra comprometida, el respeto por el semejante y la compasión por el más débil y necesitado, el amor por la vida y la convicción de disfrutarla, el trasladar a nuestros descendientes una réplica de lo que recibimos, nuestro hondo sentido de la justicia y del buen proceder, ... son sólo unos pocos reflejos de las cualidades que nos adornan como individuos y como grupo y que tienen su fuente en las enseñanzas de nuestros padres.
Una vez cada año nos hemos podido reunir y festejar nuestro mutuo amor. Y lo hemos hecho con ocasión de las fiestas de Navidad. Ha sido el fenomenal escenario en el que hemos podido comparecer juntos. Este año no parece posible. Bueno, si es así, digamos animosamente que lo dejamos para el próximo.
Mientras tanto no quiero dejar de transmitiros mi amor y mi orgullo de pertenecer a un grupo fraternal absolutamente de excepción . Un beso enorme
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