Estoy impresionado por la preparación y determinación de muchos de nuestros jóvenes. Tienen conocimientos, adiestramiento, espíritu e ilusión de llegar a la cima. Me impresionan y me emocionan. Me impresionan porque luchan como titanes cuando estamos metidos de lleno en una tormenta atroz. Y me emocionan porque son derribados y se vuelven a levantar sin entretenerse en quejarse.
Aquí me centraré en tres experiencias personales muy próximas: mis propios hijos, el personal sanitario que me atendió y con el que conviví dos semanas y el personal gestor de la oficina bancaria donde está mi ahorro.
Por razones totalmente distintas mis dos hijos decidieron hace pocos años emprender la escalada por sí mismos. En actividades que únicamente se asemejan en que a ambos les apasionan. Cada uno por su lado invirtieron sus ahorros (obtenidos en sus primeros años de trabajar por cuenta ajena) en formarse sólidamente en las especialidades de sus sueños.
Mi hija se ha convertido en una coach de reconocido prestigio: especializada en analizar los procesos de relaciones humanas y de trabajo entre los grupos profesionales, identificar fallos y puntos de mejora y proporcionar las herramientas más adecuadas para corregirlos y alcanzarlos.
Mi hijo hizo de su natural vocación a viajar un proyecto empresarial: la preparación rigurosa y al detalle de viajes adaptados a las necesidades y gustos de cada sujeto dentro del ámbito europeo.
Una de las partes mas gélidas de la dificultad que encuentra mi hija en la ascensión proviene de quienes, ya instalados en cotas de comodidad, exigen peaje por el paso. O, incluso, torpedean el paso: "tengo relaciones, detecto necesidades en mis contactos que solo tu puedes atender; si te interesa, me pagas una comisión (¿portazgo?), o, mejor aún, me facturas a mí el servicio que ya sabré yo como tengo que cobrar a mi cliente (el que necesita lo que yo no se darle y tu sí)". Se trata de gentes que ya tienen jalonada la ruta, que no desean compartir, aunque te necesiten, y que, además de nutrirse de tu trabajo, procuran que no alcances la plataforma confortable en que ellos ya están afincados.
Mi hijo lucha en la soledad del paraíso natural donde vive porque su hora de trabajo intelectual y creativo no tenga mucha peor remuneración que la de un auxiliar de peón agrícola. Como su único vehículo se llama Internet, tiene que luchar contra la conciencia colectiva de que el tal vehículo es gratis total para cualquiera que lo quiera usar y contra las limitaciones técnicas de un país muy atrasado en sus comunicaciones.
Ambos son prototipos de los emprendedores españoles: lo primero (o lo único,en ocasiones), pagar impuestos. ¡O subes sin cuerdas, o te las fabricas tú; y no pises fuera del terreno marcado (frecuentemente por ignorantes inútiles) porque te arreo un multazo de no te menees! ¡Hay que ascender, a pesar de la casta política y de papá estado!
Los dos apuestan por la colaboración convencidos de que pueden aportar valor y que, unido a los valores de otros, se multiplican exponencialmente. Y en ese convencimiento van encontrando a otros jóvenes heroicos dispuestos a esforzarse, sufrir y ejercer la solidaridad (ejercer y no decir).
En dos semanas de hospitalización recibí lecciones constantes de los jóvenes equipos de sanitarios. Entregados absolutamente a una causa imposible si no media la vocación solidaria. Porque están en trato constante con la enfermedad, el deterioro y el dolor. Han sabido hacer de un medio tan hostil el marco de desarrollo natural de su trabajo. Combinando milagrosamente el apego al enfermo con la distancia que les exige su penosísimo trabajo. Todo un recital de trabajo en equipo, disciplinado, coordinado y complementario y, ante el penalti, ¡todos porteros!.
Y, en particular dos muy jóvenes enfermeras, verdaderos prodigios en su profesión. La una, con unos conocimientos generales de medicina (anatomía, etiología, diagnóstico, tratamiento…) que desearíamos para todos nuestros médicos. Es líder natural y ejerce y se le reconoce en su grupo la autoridad merecida. Luego, ese trato afectuoso y contenido con el paciente.
La otra: “va a tener usted dificultades para encontrarme la vena donde situar la vía porque tengo los vasos sanguíneos ocultos y disimulados y sé que dan problemas”; “mucho mejor, cuanto más difícil, más me gusta”. ¡Y qué habilidad realizando su trabajo! Sugiriendo al médico prudentemente su oportuno punto de vista. Eficaz y sobria en su hacer desenvuelto.
Finalmente y por suerte he tenido que ir a mi oficina bancaria. Porque es una verdadera fortuna asistir a un espectáculo laboral de lujo ofrecido por jóvenes profesionales. Mantengo la cuenta allí desde que hace mas de treinta años inauguraron la oficina. Y la mantengo a pesar de la falta de coincidencia geográfica actual porque a lo largo de tantos años recibí profesional y personalmente el más eficaz y atento servicio.
Hoy, y ya desde hace algunos años (porque afortunadamente se les pasó a los bancos aquella moda de la rotación per sé), esa oficina esta bendecida por tener al frente a dos jóvenes directoras (particulares y empresas) del mejor nivel profesional y personal. Batallan cada caso como si para sí mismas o para sus padres se tratase. Están en el ojo de un huracán del sector financiero que se está llevando por delante mucha ineficiencia y mucha golfería. Viendo actuar a éstas profesionales se explica por qué se puede llegar a avanzar con ritmo y eficacia en mitad de la tremenda tempestad que a tantos esta dejando en el fondo de las simas.
Ambas están sufriendo un estrés que estimo innecesario porque quema estúpidamente la salud de las personas. Y, en éstas personas, tiene ese banco una parte de lo mejor de sus recursos. ¡Las pruebas llamadas de estrés (ahora ya sabemos que simple humo) eran para las empresas, no para los trabajadores! Mi admiración para quienes, en plena ventisca, se sobreponen ante el cliente y le proporcionan la confianza que las torpes y frecuentemente inútiles instituciones son incapaces de proporcionar cuando los tiempos son duros y las incertidumbres grandes.
He escogido tres casos ejemplarizantes. Yo mismo conozco muchos otros. Estas verdades no están en las pantallas de televisión cuando recogen reiteradamente las escenas en la Puerta del Sol entorno a San Isidro o en la plaza de Canaletas cuando “festejan” al Barça. Pero seguro que el paciente lector tendrá otras cuantas docenas de casos tan encomiables como los descritos.
Los jóvenes nos pueden y nos van a sacar de ésta. Y nos llevarán hasta la cumbre. ¡Sin duda! Pero, ¡cuidadín!, no con toda la impedimenta que arrastramos: apartamento en la playa, segundo y tercer coche, tele de 50 pulgadas, teléfonos “inteligentes” hasta para los bebés, plays hasta para los abuelos, … y tantas y tantas barbaridades en que nos hemos embarcado. A la cumbre de los ocho mil sí, ¡pero ligeros de equipaje!
Gracias papá!!
ResponderEliminarSeguiré subiendo hacia la cumbre siempre!!pese a los inumerables obstáculos en el camino. El otro día compartía con uno de mis clientes, que me considero una curranta con una determinación férrea, absolutamente enamorada de lo que hago y con una dirección clara ante el camino a recorrer. Seguir siempre ilusionandose y soñando creo que es el mejor de los antídotos contra esta propagación del virus victimista y derrotista que hemos dejado que infecte a muchísimas personas con gran talento. Comparto mi mayor reconocimiento para mi hermano Carlos que como yo ha decidido luchar contra este contagio limitador y se une a los que NO nos conformamos con sentarnos a pedir. La acción es la que genera resultados, no me cabe duda.