miércoles, 3 de septiembre de 2025

 INTELIGENCIA ARTIFICIAL






“Cuando ya no creemos lo que vemos: la era de la sospecha visual. ¿Es real? ¿O alguien ha decidido mejorarlo o idealizarlo con un algoritmo?  La duda es suficiente para corroer la credibilidad. El cambio más profundo es quizás la pérdida de la inocencia visual. Todo puede ser sospechoso de manipulación o de síntesis digital. La autenticidad se convierte en un bien escaso, casi de lujo.” (Enrique Dans, profesor de innovación en IE University)

 

A las interesantes reflexiones del profesor Dans yo me atrevo a extender los efectos de la IA a todos los sentidos. Alguno (oír) ya he comprobado personalmente que roza la perfección. Pero ¿y las emociones y sentimientos; también se podrán reproducir (o crear) artificialmente?

Algunos especialistas en neurociencia (p.e. Miguel Angel Gago) creen que “la capacidad regulatoria sentimental y de los estados de ánimo y la comprensión de expresiones faciales y gestuales con origen emocional y también los procesos de introspección para la autoconciencia y los de interocepción (percepción y comprensión del estado interno de nuestro cuerpo) de estados corporales, son entrenables.”

 





La capacidad de mejora mediante el entrenamiento empieza a parecerse bastante al proceso de mejora en “el conjunto ordenado y finito de operaciones que deben seguirse para obtener un objetivo (p.e. una receta de cocina) o para resolver un problema (programa de ordenador)”, o dicho con una sola palabra, un algoritmo.

 

Las combinaciones de algoritmos o sistemas informáticos que pretenden crear máquinas que imiten la Inteligencia Humana no son cosa distinta que lo que vulgarmente conocemos como Inteligencia Artificial (IA).

 

Un corto salto imaginativo nos lleva así a la conclusión de que una repetición suficiente o entrenamiento en un universo de algoritmos debería posibilitar que las máquinas dispusieran de emociones y sentimientos controlables por las mismas máquinas. No encuentro obstáculo insalvable para ello.

 

Apenas iniciado el vuelo de nuestra imaginación, la “carne de gallina” o los “pelos de punta” parecen inevitables ante el posible desarrollo de la inteligencia de las máquinas.





En 2010 se dio a conocer el “Basilisco de Roko”, un juego mental en que el ser humano crea una poderosa máquina de IA con el objetivo de que busque el bienestar en toda la humanidad. Pero como la máquina está programada para “hacer el máximo bien posible”, la búsqueda es infinita, entra en un bucle que la conduce a una “decisión extrema”. En su desespero por hacer el bien, la máquina comienza a comportarse como un “basilisco”: identifica a todos los que no han colaborado en la construcción de la máquina para conseguir un mundo mejor y … ¡los mata!

 





No vi la entrevista que en TVE1 le hicieron a Pedro Sánchez porque mi televisor amoroso me cuida mucho y hace tiempo prescindió de TVE. Pero si vi fugazmente alguna imagen del gachó en informativos de los horrendos incendios y ahora en algún plano de la dicha entrevista. Está físicamente como unos zorros. Y, si a ese le quitas el físico, ya me dirás en qué queda. Después caí en la cuenta: es una víctima meritoria del “Basilisco de Roko”.

 

Claro que, por la pérdida de la inocencia visual y por la extrema rareza de la autenticidad que vinieron de la mano de la IA, me planteo:

- ¿Existió un Sánchez “auténtico”?

- ¿Fue siempre un artificio?

- ¿Nació el “Basilisco” para ocuparse de él o, primeramente, de Zapatero?

 

Es evidente que el uso la IA, como cualquier tecnología, puede ocasionar el mal, pero, sobre todo, puede hacer mucho bien. Y puede que lo que la Inteligencia Humana no supo hacer, lo resuelva la Inteligencia Artificial en un decir Jesús.

 

CM

3-9-2025

 

 


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