TU CUOQUE, FILI MI!
OCTAVIA
El recado de la abuela Julia le sorprendió a la bella Octavia. Deseaba que la visitara con cierta premura. Sóla.
Octavia acababa de cumplir dieciocho años pletóricos de belleza. No obstante, era su carácter el que hipnotizaba a todos y su rara sabiduría la que había aupado su fama. En nada era una muchacha corriente: algo más alta, esbelta, piel nívea, labios perfilados, albos dientes iniciando siempre la sonrisa, estrecha cintura, brazos y piernas tersas y pies menudos. Todo ello, a la sombra de una personalidad cautivadora y un sentido natural sorprendente. Educada con exquisitez, hizo un aprovechamiento enorme de las enseñanzas recibidas.
Acompañada de tres parejas de esclavos ya atisbaba entre el bosque algo de la gran casa de su abuela en lo alto de una suave y florida colina. Recogía alguna flor sin dejar de darle vueltas a cuál pudiera ser el motivo de la prisa en la cita y, sobre todo la indicación de que no acudiese en compañía de su madre, Acia, como solía hacer con frecuencia. No le preocupaba, pero le llevaba a hacer cábalas de todo tipo, las más entorno a su posible matrimonio. Si fuera así tenía la esperanza de poder dar su opinión. Huérfana de padre desde la niñez, su familia la encabezaba el gran Julio César bajo cuya autoridad estaba toda Roma y, especialmente, todos sus parientes y esclavos.
La anciana liberta Livia la esperaba junto a otras dos esclavas. Muchas habían sido las horas que había pasado con Livia en su niñez que les habían procurado un profundo afecto mutuo.
-¡Qué alegría verte de nuevo Livia! Tienes muy buen aspecto- le dijo abrazándola.
-¡Ay mi niña, cada día más linda! Los hilos de oro de tu melena y el azul de tu mirada iluminan el día.
-Anda, anda, déjate de requiebros. Me ha citado mi abuela.
-Te está esperando, cielo mío, te acompaño. Y vosotros id con ellas -dijo dirigiéndose a los esclavos-.
La abuela Julia esperaba a la sombra de una gran parra entretenida en echar semillas a la multitud de pajarillos que inundaban de trinos el hermoso día.
-¡Ven cariño! ¡Cuán larga se me hace la espera aguardando tu llegada! ¿Viniste andando? Toma, toma un refresco, que el día no está frío.
-Querida abuela, el día es hermoso, la distancia hasta tu casa corta y el camino, ¡tan agradable y tan lleno de entrañables recuerdos! Pero refrescar la garganta con tus limonadas siempre es tentador. Además, debo reconocerte que la incertidumbre de tu llamada algo me inquieta y reseca mi boca. Más que nada me preocupa que tengas algún inconveniente de salud.
-No, cielo mío. Afortunadamente mi salud resiste ignorando mis años. Pero sí hay un asunto que me inquieta y que debemos resolver convenientemente. La cuestión requiere delicadeza, exquisita prudencia y facilidad de trato con unos y otros. Todas ellas son parte de tus especiales cualidades, lo que me ha llevado a inclinarme por ti para encomendarte un asunto sutil y de importancia enorme para nuestra familia y para Roma.
-¡Ay abuela, ahora sí que me tienes sobre ascuas! ¿Me requieres a mí para algo que adivino de gran envergadura? No quisiera que me sobrevalorases engañada por tu cariño. Pero ¡dime qué requieres de mí porque estoy presta a atenderte de la mejor forma que sepa!
-No me nubla el cariño profundo que te tengo. Nada extraño por otra parte ya que tu forma de ser aviva el afecto de cualquiera. Aunque aún más pesan en mi decisión las cualidades de tu inteligencia, tacto y cordura.
En fin, he averiguado que mi magno hermano tiene otorgado testamento designando heredero a quien no pertenece a nuestra familia. Y no estoy conforme con que el legado del mejor general y más grande gobernante que jamás tuvo Roma salga de nuestra familia. Tu hermano Octavio, aunque aún algo débil y joven, creo que apunta las mejores cualidades para heredar a vuestro tío abuelo, aunque él mismo no lo imagine. Tu serás quien dirija a tu hermano por el camino que le conduzca a heredar al César y a dirigir Roma.
Octavia estuvo a punto de derramar el refresco por el impacto de las palabras de su abuela.
-Pero yo, abuela, no …
-Escúchame atentamente -le cortó Julia-, son muchas las horas que vengo dándole vueltas a esta cuestión y te aseguro, queridísima mía, que no tengo la menor duda de que eres tú la persona perfectamente adecuada para intervenir en ello. Gozas del aprecio y respeto de cuantos te conocemos y, para lo que nos ocupa, muy especialmente de los de tu hermano pequeño Octavio y los de vuestro tío abuelo Julio César. Me consta que mi admirado y querido hermano os tiene un muy especial apego tanto a ti como a tu hermano. De hecho, Octavio ha aprendido todos los secretos de la lucha y las batallas directamente de vuestro tío. Las legiones en las que ya actúa le profesan un enorme respeto porque maneja con gran soltura los resortes de la milicia. Aprende muy rápido y tan sólo su excesiva vehemencia requiere de la sabia prudencia y enorme templanza que tú posees de forma natural y extraordinaria. Tus dotes diplomáticas habrán de serle de gran ayuda para sortear las delicadas dificultades que ha de encontrar en la calzada que lleva al poder. Del otro lado, sabes que tu tío siempre escucha con atención tus intervenciones y se muestra enormemente orgulloso de tenerte en la familia. Te das cuenta del alcance de mi propósito y de la importancia de tu participación. No hay nadie que reúna las virtudes que tú posees para el caso. Pero me doy cuenta de la responsabilidad enorme que te propongo y, sólo por ello, entendería que rechazases mi pretensión.
-¡Desde luego que acepto sin reparos tu oferta, por el solo hecho de venir de ti, querida abuela! Y sé que contaré en todo momento con tu sabio consejo y tu total ayuda. Por demás, el objetivo ya lo he hecho mío, es mi hermano, es nuestra familia y es Roma.
OCTAVIA CON OCTAVIO
Apenas habían transcurrido unos días cuando a Octavia se le presentó la ocasión de hablar con total discreción y sosiego con su hermano Octavio. Éste volvía de una exitosa expedición militar de la que regresaba eufórico por las alabanzas que había recibido de sus legionarios. Fue un estupendo motivo para que Octavia iniciase su tarea con él.
-Querida hermana, no puedes imaginar con qué habilidad he manejado a nuestros hombres. No tengo duda de haber tenido una actuación magistral. Todos, incluso los que me son más distantes, me lo han reconocido. Estoy feliz.
-¡Enhorabuena Octavio! Es evidente que los dioses te han dotado de virtudes peculiares para liderar. No obstante, he de recomendarte que actúes con la máxima cautela al manifestar tu natural regocijo porque la envidia es alimaña que se oculta en cualquier rincón, posee inmensa fortaleza y prende contagiando con facilidad asombrosa. No encontrarás mejor admirador que yo misma, pero evitaré manifestarlo públicamente.
-Pero, Octavia, ¿no es natural alegrarse con los triunfos y apenarse con los fracasos?
-Desde luego. Pero lo natural no siempre es lo conveniente. Es frecuente que sea más aconsejable restar importancia a los aciertos propios. Cada circunstancia y oportunidad debe indicarte lo más apropiado, desde pavonearse de los aciertos hasta despreciar los mismos. Los fracasos propios jamás merecen que los aceptemos y divulguemos, esa es misión del enemigo y será la nuestra disimularlos, ocultarlos o negarlos.
-¡Caramba, hermana, eso me suena a una invitación a la falsedad, lejos de las virtudes a que siempre me impulsas!
-Tienes razón Claudio, no te he transmitido con justeza mi consejo. Te digo que siempre has de buscar la virtud, sin duda. Pero para alcanzarla el mejor camino no es el recto a menudo. Exige seguir una ruta sinuosa que evite obstáculos innecesarios y que no estimule enemistades inconvenientes. Recuerda siempre que hay batallas que se ganan callando, no por miedo, sino por sabiduría. Creo que estás llamado a ser un gran dirigente por tus méritos más personales, por pertenecer a nuestra egregia familia y por crecer a la sombra del más grande ciudadano romano que jamás haya existido, nuestro querido tío Julio César. Has merecido su afecto y consideración, no has de descuidar alimentarlos para que crezcan.
En esa primera conversación Octavia ya le anticipó a su hermano Octavio algunas claves para dibujar su destino y le inició consejos para alcanzar el objetivo. A tal encuentro siguieron muchos otros cargados de reflexiones y orientaciones que Octavio absorbía desde la admiración profunda por su juiciosa hermana.
ANTIGUA ROMA
La Monarquía romana nace con la fundación de la ciudad y se extiende a lo largo de 244 años, hasta la expulsión de Tarquino el Soberbio (509 a.C.). Se inicia entonces la época de la República que se extiende durante 536 años. En el pueblo romano el espíritu de la República se encontraba profundamente arraigado y existía una sensibilidad especial contra todo lo que pudiese suponer tiranía. La República se basaba en tres órganos que, controlándose mutuamente, lograban un perfecto equilibrio (“Senatus Populusque Romanus”: SPQR): Magistrados (pretores o cónsules), Comicios y Senado. En periodos de anormalidad, se sustituían los Magistrados por un Magistrado especial, con poderes extraordinarios: el “dictador”. Otra magistratura extraordinaria fue el “triunvirato”. Los ciudadanos romanos se dividían entre “patricios” (descendientes de los “pater familiae” fundadores) y “plebeyos” (el resto). Enorme importancia tuvo el “tribuno de la plebe” (era considerada “persona sacrosanta” y no se la podía dañar), cuya misión era proteger los intereses de los plebeyos frente a las demás instituciones del gobierno.
El Senado fue la institución más importante del gobierno. Inicialmente estaba formado por los representantes mayores (“senior”) de las familias patricias. Los magistrados estaban moralmente obligados a consultar al Senado y seguir sus consejos.
Julio César, tras derrotar a Pompeyo y, con él, a la mayor parte de los senadores tradicionales, amplió el número de miembros del Senado hasta 900, dando cabida a familias ecuestres (caballeros), a mandos militares y centuriones proletarios de sus legiones. Naturalmente con ello produjo un malestar importante entre la nobleza senatorial que le consideraba arrogante y peligroso: había derrotado a Pompeyo, logró dominar Egipto aliándose con Cleopatra, había extendido las fronteras romanas a Germania, Bélgica, Galia, Hispania. Sus legiones le consideraban un dios.
Julio César, egregio gobernante y gran genio militar, sentía una especial predilección hacia su hermana Julia y los dos hijos de ésta, Cayo Octavio y Octavia. Se había ocupado personalmente de la preparación y carrera militar de su sobrino nieto. Ya era un destacado jefe de la milicia y poseía unas espléndidas condiciones de líder. De Octavia consideraba que la joven era una de las voces más ecuánimes, discretas e inteligentes. Maledicencias pretendían relacionar a la bella Octavia con las debilidades eróticas de César. No es nada de extrañar que atendiese con interés las razones que le invitaban a que su importante patrimonio y sus logros sociales quedasen dentro de la familia. De tal forma que una mañana del año 45 a.C. otorgó en su villa próxima a Roma nuevo testamento ante los preceptivos cinco testigos. En él, designaba como adoptado (“adrogatio” de tío a padre) a su sobrino nieto Cayo Octavio a quien dio su nombre y le legó tres cuartas partes de su patrimonio. En el mismo testamento adoptó a Décimo Bruto como hijo en segundo grado. Y depositó el testamento a cargo de la Vesta Máxima.
IMPERIO ROMANO
Julio César fue asesinado en los “idus de marzo”, el 15 de marzo del 44 a.C. Los “optimates” (aristócratas) habían decidido acabar con él ya que representaba la autocracia y la pérdida de sus históricos privilegios. Sesenta senadores formaron parte del complot. El autor intelectual del asesinato fue Cayo Casio Longino apoyándose en la dignidad patricia que representaba Marco Junio Bruto, optímate respetado (que había sido adoptado en segundo grado por César en su testamento). Marco Antonio rehusó participar en el asesinato, pero no alertó a Julio César. Convocaron a los senadores en el teatro de Pompeyo. Contra los malos augurios y los ruegos de su esposa para que no acudiese, Julio César acudió. Casi de inmediato, entre cinco y diez senadores le asestaron veintitrés puñaladas que acabaron con su vida. Entre ellos César identificó a Bruto: TU QUOQUE FILI MI!.
Durante su incineración estallaron tan graves disturbios que Casio y Bruto huyeron. Octavio quiso que el testamento de César fuese aprobado por los comicios curiales y refrendado por el Senado. Pero Marco Antonio se opuso.
Se inició un periodo de guerras civiles que finalmente se concretó en la formación de un triunvirato (el segundo) formado por Octavio, Marco Antonio y Lépido que se repartieron geográficamente el poder. En esta fase volvió a ser clave la admirable Octavia porque su saber hacer permitió que las fuertes tensiones entre los tres hombres no estallaran.
Lépido ya había abandonado el triunvirato y Augusto, para fortalecer su unión con Marco Antonio le propuso que se casara con su hermana Claudia. Marco Antonio y Claudia llegaron a tener dos hijas. Pero, cautivado él por la reina Cleopatra de Egipto, se divorció de Claudia uniéndose a la egipcia. Claudio montó en cólera por la afrenta y exigió a las vestales que hicieran público el testamento de Marco Antonio. En tal testamento Antonio repartía provincias romanas entre los dos hijos que había tenido con Cleopatra y establecía que, en su momento, le enterrasen junto a ella en Alejandría. El escándalo en Roma fue sideral. Pronto organizó Octavio un ejército que se encaminó a enfrentarse con las fuerzas de Marco Antonio y Cleopatra que fueron arrasadas primero en Accio y después en Alejandría. Marco Antonio (dejándose caer sobre su propia espada) y Cleopatra (haciéndose morder por una víbora áspid), se suicidaron. El triunvirato había acabado.
Finalmente, el 16 de enero del 27 a.C., el Senado otorgó a Octavio los títulos de “Augusto” y “Princeps”, el primero esencialmente religioso y el segundo significando a quien poseía el poder completo. Daba comienzo el Imperio Romano, con una primera época de paz, la “Pax Romana” (“Romano, recuerda regir con tu imperio y tu ley a los pueblos, imponer la paz, respetar al sometido y derribar al soberbio”. Virgilio en La Eneida).
Un magnicidio que, para evitar a un dictador, acaba por promover un sistema de dictadores imperiales.
CM
9-4-2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario