MICROVISION DEL CAMBIO EN OCCIDENTE
Tengo una visión naturalmente muy microscópica del cambio social que se está produciendo en occidente. Intentaré exponerla.
Nací en plena posguerra civil española y, más recientemente, mundial. De ellas tuve noticia a través de mis padres y de la radio. Como resumen, las guerras eran un espanto. La inmensa mayor parte de las personas no participaron activamente en los combates. Pero todos (o casi todos) padecieron muy amargamente las consecuencias.
Toda posguerra requiere una reconstrucción, material y moral. La generación de mis padres se empleó a fondo en la tarea: trabajo, esfuerzo, sacrificio y esperanza segura de construir un mundo mejor. Los dirigentes políticos encabezaron el empeño desde posiciones muy distintas: dictaduras y democracias. Naturalmente con principios políticos diferentes y, habitualmente, enfrentados. Sin embargo, la actitud y el anhelo sociales tuvieron puntos comunes fundamentales: trabajo y confianza en un futuro mejor.
En tal ambiente fuimos educándonos los de mi generación. La pancarta del DEBER eclipsaba, o, al menos se anteponía, a la del DERECHO. Un cuidado formal exquisito y exigente con el respeto social. Un respeto indiscutible a la autoridad (padres y maestros). Y la certeza de que, realizado el obligado esfuerzo, se obtendría un proyecto de vida autónomo de indudable progreso.
Las guerras sólamente las conocimos por la experiencia trágica de nuestros mayores. Y su comportamiento de laboriosidad, educación social impecable y respeto a la autoridad (nuestros abuelos no sólo eran respetados por serlo, sino también por ser mayores, acumuladores de experiencia y sabiduría) fueron guías principales en nuestra educación.
Al tiempo fue creciendo en la sociedad un espíritu festivo conforme se distanciaban las horrendas vivencias bélicas. Proliferaron fiestas populares y salas de fiesta. Una prosperidad material real avalaba el espíritu optimista.
En España, una parte importante de la población rural buscó su progreso emigrando a otros países. Y otra importante parte de los pueblos iniciaron su traslado a las grandes ciudades. Se abrieron unos inmensos horizontes a quienes habían conocido hasta entonces unos mundos muy reducidos, entorno a su lugar de nacimiento. Afrontaron muy profundos sacrificios y sinsabores que abrieron las puertas a que pudiesen participar de la prosperidad. En gran medida lo consiguieron. Aunque fueron perdiendo su arraigo, sus costumbres, sus usos sociales.
El fenómeno de las migraciones internas a las grandes ciudades fue muy común en Europa. La generalización de la información y el desarrollo industrial agrario fueron causas fundamentales en esos grandes procesos migratorios. A los últimos rincones llegó la información sobre la existencia de otros mundos idílicos y las máquinas sustituyeron las labores más duras e ingratas de la agricultura.
Imperceptible pero persistentemente se fueron esfumando valores y costumbres que habían acompañado a los héroes de las posguerras y que nos habían transmitido a sus hijos.
Estado del bienestar y globalización han sido fenómenos transformadores de nuestras sociedades. La pancarta de los derechos fue anteponiéndose a la de los deberes. Surgieron grandes concentraciones humanas en ciudades de nuevo cuño como formidables dormitorios rodeando las viejas grandes urbes. Aportaron a los migrantes la libertad que facilita el anonimato pero al tiempo desaparecían viejas reglas y costumbres de convivencia. Palideció, incluso desapareció, el arraigo. El cambio, brutal, fue rapidísimo, sin dar tiempo a un desarrollo sólido de un nuevo modelo de convivencia social que sustituyera a los anteriores. En este aspecto, creo que una gran parte de la sociedad quedó como desarmada, desestructurada en términos de cohesión social.
Por otra parte, la exaltación de los derechos, desvinculados de los deberes, propició la devaluación del esfuerzo como método para medrar. Cuando, además, el progreso se focalizó en bienes materiales, recientemente inaccesibles ni para la imaginación, se propició emprender una carrera con frecuencia alocada para acceder a las más diversas mercancías a las que se tenía derecho, para lo que simplemente se precisaba disponer del dinero necesario o el puro endeudamiento. Vivir a crédito se fue implantando como una costumbre normal. Muchas veces de manera ajena a las posibilidades reales de generar la riqueza necesaria para afrontar el pago de las deudas. Aquí, capitaneado por los bancos, los comerciantes y los propios políticos gobernantes, se abrió una enloquecida feria de oportunidades de gozar el paraíso.
Paulatinamente, compromiso, esfuerzo, formación, …, se fueron sustituyendo por oportunidad, astucia, irresponsabilidad, …
A esta oscura (pero posiblemente bastante real) pintura social sólo le faltaba la ausencia de verdaderos líderes sociales, de grandes filósofos, para estrellarse. Las tensiones y peligros que genera la inestabilidad de la mutación de la cultura occidental afecta a la generalidad de los países en mayor o menor grado.
En España ocupamos alguno de los puestos más críticos de occidente porque nos lastra nuestro gravísimo problema por el desconcierto debido a cual sea nuestra propia identidad nacional.
La degradación del liderazgo social estimo que ha sido patente (en algunos casos, escandalosa). Los grandes pensadores, o desaparecieron, o quedaron eclipsados por los políticos profesionales de los partidos. Personalmente considero que ha sido un desastre rotundo.
La mecánica de los partidos políticos tiene como meta conquistar el poder. Y a tal fin se dirige la selección de sus líderes: los mejor dotados para alcanzar el poder (muy frecuentemente, a cualquier precio). Naturalmente que el marketing opera en los partidos de manera que este objetivo real se empaqueta dentro de promesas de supuestos mundos mejores. Pero en sus procesos internos no valoran a los más capacitados para alcanzar ese mundo humanamente mejor. Sino al más adecuado para conseguir ganar a los oponentes y hacerse con el poder. Aunque algunos carezcan de capacidad para promover una sociedad más humana, puede que lo pretendan honradamente. Otros, ni siquiera lo pretenden, les es suficiente disfrutar del poder.
Yo no vislumbro en el panorama occidental liderazgos políticos potentes que, supuesto que tengan el más limpio de los deseos para el conjunto de la sociedad, dispongan también de la capacitación intelectual, emocional y moral para poder hacerlo.
Más recientemente, una nueva y fuerte tensión se produce en nuestras sociedades: voluminosas inmigraciones procedentes de otros continentes. Desde Iberoamérica y desde África esencialmente.
La inmigración latinoamericana participa de los mismos o muy parecidos valores sociales que Europa (España extendió en el subcontinente la cultura occidental cristiana y el idioma español). Estos inmigrantes no tienen grandes dificultades de integración social.
Muy al contrario, la inmigración procedente de África, posee unas culturas y unos valores sociales muy distintos a los occidentales y, en algunos aspectos, radicalmente contrapuestos. Sus idiomas tampoco proceden del tronco latino de los idiomas europeos. Su integración es, por tanto, harto más complicada y pone a prueba la solidez (o la ausencia de solidez) de nuestra cultura en proceso de modificación.
Si fuese cierto que estamos en una sociedad occidental en transformación y, por tanto, débil y que careciéramos de liderazgos sabios y fuertes, me parece inapelable reaccionar.
¿Cómo? Creo imprescindible revisar en profundidad los valores que, hasta hoy y durante muchos siglos, han sido el sustento de nuestra civilización. Debería de concluirse cuáles de ellos deben permanecer inmutables, cuáles han de modificarse y cuáles deben caer en el olvido.
¿Quiénes? Todos y cada uno de nosotros, orientados, incluso dirigidos, por los mejor cualificados intelectual y emocionalmente. Por los más sabios filósofos, por aquellos que mejor merezcan nuestro general respeto y tengan una “hoja de servicio” social intachable, a ser posible admirable. Por lo que dejé dicho, creo que no nos sirven los políticos profesionales conocidos, sea cual sea su partido.
Una enorme responsabilidad deben asumir los comunicadores capaces de activar o modelar la opinión social. Su labor debe ser correa de transmisión de quienes reconozcamos como los más sabios y honorables. Quienes, bajo el amparo de la comunicación, son realmente súbditos de los políticos, deben ser ignorados o rechazados porque sólo aportan confusión y enfrentamiento.
La diversidad de opinión creo que es mucho más que saludable, es intensamente enriquecedora para una sociedad. Al grupo social sano, disentir potencia su valor. Condenar injuriosamente la discrepancia es un veneno para la convivencia.
Porque convivir está en la esencia del ser humano. Toda convivencia exige la norma fundamental del respeto y la lealtad. Las normas han de ser justas, pactadas y aplicadas con contundencia.
Desde luego que yo también considero quimérica mi reflexión. Pero mucho peor es no reflexionar (aún errando).
¡Ojalá fuera ésta una mínima aportación al intento de conducir nuestra convivencia hacia la concordia real, la verdadera concordia! Una convivencia de progreso humano real, el verdadero progreso.
13-6-2024
CM