UNA DANZA ENTORNO A MI TUMBA
Félix de Azúa me ha estimulado a escribir estas reflexiones en una estupenda entrevista que le realizó Maria Zabay (y que mi querida hermana Beatriz me ha enviado). Decía Nietzsche que “quien no baila está fuera de la realidad, y cada día sin bailar es un día perdido”. Entonces, ¿por qué no dejarse llevar por la música de la vida? Ya Platón y Aristóteles consideraban la danza como elemento de la naturaleza humana.
Azúa plantea que la naturaleza humana se separa y distingue de la del resto de las especies animales porque tenemos conciencia. Conciencia de que vamos a morir. Es la única certeza de nuestra vida desde el mismo momento de nacer.
Yo tomé conciencia de nuestra finitud cuando, entrelazadas nuestras manos, terminó la vida de mi padre. Así, durante treinta y nueve años no fui emocionalmente consciente de mi inexorable futura muerte. Fue un cambio esencial para mí. No sólo por la dolorosísima pérdida de mi padre, sino también por el descubrimiento de la verdadera naturaleza de mi propia vida. Desde luego que, superado el tiempo de duelo, continué viviendo como si todo siguiera igual. Pero no, había tomado conciencia de mi propia naturaleza.
Creo que vivir es exactamente vivir. Nada parecido a prepararse para morir. Muy al contrario, ¡hay que bailar, como también hacía Sócrates! El espíritu vital empuja a los proyectos, a los esfuerzos y sacrificios, al gozo, a la jovialidad y a las ilusiones. Conforme acumulas años que te apartan paulatinamente del tren social, las luces de las ilusiones se amortiguan, se van desvaneciendo. Vas cambiando el papel de actor por el de espectador. Creo que es muy importante que en el aprendizaje del nuevo papel no se extravíe la curiosidad. Esforzarse por mantener interés por cuanto más mejor, asumiendo que irá creciendo lo incomprensible.
Existen herramientas enormemente útiles para mantener el interés por la vida tonificado. Una tremendamente eficaz es la lectura. Los libros nos proporcionan innumerables ventanas abiertas a mundos que nos eran desconocidos. Desde luego no sólo me refiero a geografía y paisajes. Por sus ventanas aparecen también pasiones, sentimientos, personalidades, conflictos, éxitos, fracasos, desengaños ignotos. Hasta podemos participar en parte del sentir de los personajes de los libros. No de los que imaginó el autor, sino de los que nosotros mismos creamos de su mano. ¡Qué obra tan creativa la del lector! Cada libro encierra tantos personajes como lectores tiene. ¡No dejemos de leer, nos oxigenará todas las ascuas de la vida!
Otro utensilio formidable para acompañarnos en todas las etapas de la vida, que incluso resulta más eficaz en las más avanzadas, es la música. Sucede algo parecido al milagro de la lectura: cada oyente escuchamos y percibimos nuestras propias emociones de una misma composición. De alguna forma participamos de la autoría del compositor que también se multiplica a través de todos quienes lo escuchan. Nos aviva el fuego de nuestras propias vivencias. Nos llega a aportar vivencias nuevas ¡Qué diversas las emociones que una misma obra proporciona! ¡Sus compases incluso alcanzan a traernos a quienes ya no están entre nosotros! ¡No dejemos de escuchar música!
Y hablar, escuchar. De todos podemos nutrir nuestras vidas. Poniendo oídos a cuanto los nuestros (familia, amigos, vecinos) hablan y a cuanto lo hacen aquellos que merecen nuestra consideración y respeto. Escucharemos lo que nos gusta y también lo que nos disgusta. Porque la palabra es un don divino que disfrutamos los humanos. ¡Defendamos y respetemos las palabras de todo quien tenga buena voluntad! ¡Luchemos por evitar la ignominia de que oculten sus bocas al hablar los miembros del “parlamento” (¿qué vergüenzas ocultan los que tienen nuestra encomienda de parlamentar?)!
La vida es maravillosa, es cruel, es generosa, nos da y nos quita, nos enseña, nos confunde, nos premia con amaneceres grandiosos y nos castiga con anocheceres asesinos.
10-2-2024
CM
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