MUS LOS LUNES |
Muchos lunes, a la caída de la tarde, nos reunimos cuatro amigos que somos vecinos desde hace más de cuarenta años. O sea, somos unos chavales con abundantes canas perdidas. Edad suficiente para saborear con hondura los regalos que la vida nos ofrece. Y éste de los lunes es un deleite. Un importante enriquecimiento que nos sigue ofreciendo vivir. Así, los lunes son una expectativa enormemente alentadora.
Una porción del tiempo lo ocupa una muy estimulante charleta. El parloteo sosegado nos es útil para beneficiarnos de la escucha y satisfacernos contando alegrias y pesares. Temas redundantes son la salud (o su falta), propio de nuestra circunstancia y los desmanes (y raros aciertos) de quienes nos gobiernan, propio de la circunstancia social. Vivimos tiempos de cambios profundos y muy rápidos en nuestra sociedad (no sólo española) que con frecuencia nos llevan a añorar lo que antes vivimos y a un enorme desconcierto actual en muchas ocasiones. Siempre debió de ser así porque la velocidad del tren de la sociedad es muy superior al de la vida personal a partir de cierta edad. Y los cuatro sobrepasamos esa cierta edad. El tren de lo mejor vivido ya pasó y el tren del momento llega cargado de mercancías en gran medida asombrosas, incluso incomprensibles y hasta condenables.
Se trata en las otras dos porciones de tiempo, la de disfrutar de una merienda suculenta y la de una disputada partida de Mus a cuya sombra se acogen comida, bebida y tertulia. La merienda es siempre apetitosa y más abundante de lo que nuestros sanitarios nos recomiendan. Las bebidas frugales, muy cuidadosos nosotros de conducir con garantías un máximo de seiscientos metros que puede haber entre el hogar más lejano y “la cancha”, rotatoria cada semana. ¡Y la partida de Mus! El juego de envite más singular y cautivador. No media dinero en las apuestas, sino garbanzos (lo suyo), o piedras, medallas, que adoptan en el juego el nombre de “piedras” (con valor uno) o “amarracos” (con valor cinco). Los cuatro jugadores organizados en parejas procuran el objetivo de ganar mediante la sabiduría, el disimulo o el engaño. Ocurre así que se juega mucho más que dinero: ¡se juega el honor! La nuestra es una partida que se rige por las normas de Madrid. Son estrictas, pero nosotros nos permitimos a veces no serlo y aportamos creaciones que la bondad y transigencia del grupo suele permitir. Los dos equipos ganamos siempre: chanzas, ocurrencias, despistes, compartir unas horas de vida. Salvo cuando los naipes lo impiden volcándose siempre a favor de un equipo. Entonces desaparece la magia de la competición y, con ello, la diversión. Aquí también importa que la mies esté bien repartida. Luego, el ingenio, la intuición, el fingimiento, el atrevimiento, ¡y la suerte!, determinarán la pareja vencedora.
PS: ¡Dios nos permita mucho tiempo nuestras vivificantes tardes de MUS!
Un cariñoso recuerdo para Federico y para Julio.
22-2-2024
CM
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