¡HEMOS GANADO!
La competición en las elecciones políticas es la única en la que está asegurado de antemano que uno tiene garantía de éxito antes de participar. Cuando muy de mañana he ido a depositar mi voto lo he hecho con la certeza de que había optado por el partido ganador porque sabía que lo corroborarían exultantes sus cabecillas al presentar los resultados. Cierto que también lo harían de igual manera todos y cada uno de los rivales: ¡todos ganan! ¡Oh maravilla de las maravillas, contienda de las contiendas, milagro de los milagros!
A lo largo de muchos años de variadas disputas electorales sólo recuerdo a uno o dos cabecillas contendientes que reconocieron no haber vencido; obtuvieron desde luego resultados catastróficos. Pero no es justificación, porque muchísimos otros que naufragaron estrepitosamente nos contaron que estaban muy satisfechos por el resultado obtenido. Quizás la razón fuera que aquellos perdedores reconocidos ya habían encontrado acomodo profesional en una actividad distinta. Pero de los que continuaban en el oficio político no recuerdo ni uno sólo que aceptara su fracaso.
Por el contrario, a mi me producía cierta angustia que “los míos” no ganasen y, sobre todo, que vencieran “los otros”. Siempre he tenido la misma asombrosa sensación de perplejidad: ganan los contrarios y se presentan exultantes ganadores los propios. Bien pensado no es más que una muestra evidente de la disociación profunda entre representantes y representados. Al menos entre los que no nos encontramos “entregados a la causa” religiosa y fervorosamente. Imagino que los “talibanes” de cada equipo no sufrirán semejante contradicción y, con sus “amos”, tendrán siempre el espíritu de ganadores, pase lo que pase. A mí me parece indecente por la ausencia de libertad de pensamiento que supone pero reconozco las ventajas de disfrutar de una fe ciega en su bandería y en los jefes que la dirigen.
Agradecí el servicio que prestaban tanto a las personas que atendían mi mesa electoral, como a los diversos representantes de uno y otro signo y a los policías que por allí andaban. Todos se sorprendieron por verse reconocidos: una muestra inequívoca de que nuestra sociedad ha perdido (quizás nunca lo tuvo) el sentido de la educación y las correctas formas. Por ahí deberíamos de empezar.
Es el mismo caso que me ocurre al tratar con los cajeros de supermercado, servidores de combustible, y cuantas personas me atienden. Por más que estén cumpliendo con su obligación, creo oportuno mostrar el reconocimiento al servicio recibido. Desde luego que hay veces que no hay nada que reconocer porque, no cumpliendo con su trabajo o mal cumpliendo con él, no nos transmiten esa sensación tan agradable de ser correctamente atendidos. En tales casos, es muy usual que la simple manifestación de agradecimiento cree un clima de cordialidad que tanto valoro y del que no andamos sobrados.
Como no son relaciones profundas pero sí repetitivas, aportan además la ventaja de obtener un trato cuidadoso y esmerado más allá de lo obligado (por ejemplo, cuando llego a la caja del súper arrastrando una cesta con ruedines, normalmente el cajero(a) sale de su puesto y me coloca mis paquetes sobre la cinta: creo que además de atender a la vejez, lo hacen al “amigo”).
A semejante propósito, no hace mucho que tuve que comprar algunas cosas no habituales en el súper de bricolaje Leroy Merlín. Ni qué decir tiene que me encuentro absolutamente perdido en aquella inmensidad. Se añadía que desconocía con cierta precisión las características, incluso el nombre, de lo que precisaba. Mi incapacidad se resolvió gracias a la profesionalidad y amabilidad de un par de empleados. Terminamos hablando de hijos y nietos. Y, sobre todo, me facilitaron exactamente lo que yo necesitaba acompañado de algunos muy útiles consejos de uso. Saliendo, pregunté por el servicio al cliente y solicité un soporte en el que expresar mi experiencia.
-¿Qué problema ha tenido usted para tener que reclamar?
-No, no, muy al contrario, quiero dejar constancia de la magnífica atención que he recibido.
El más absoluto asombro reflejado en los rostros de la pareja. Cuando cayeron en la cuenta de mi verdadera intención tuvieron dificultad para encontrar el impreso adecuado donde poder expresar mi satisfacción, lo que finalmente pude hacer especificando los nombres de los empleados que tan profesional y humanamente me asistieron. Salí de allí con cuatro “amigos” nuevos y con la compra exacta que precisaba. Unos ocho días después recibí en casa una carta de la dirección de la empresa dándome las gracias por mi proceder e indicándome que ya habían reflejado con las correspondientes notas en los expedientes o fichas de los empleados protagonistas.
Eso, que debería ser lo normal en una sociedad civilizada, es evidente que es una excepción sorprendente. Y es tan fácil … Y tenemos una sociedad tan poco civilizada … Desde luego que hay que actuar con el mismo rigor cuando lo sucedido es lo contrario. Mi proceder formal fue idéntico en dos ocasiones pero jamas recibí una contestación de esas empresas: lo más probable es que esas malas empresas mereciesen esos malos trabajadores.
A lo que vamos: de verdad, de verdad, lo que me importa en estas elecciones es que resulte perdedor el partido que nos malgobierna y que se sienten las bases para que deje de hacerlo cuanto antes. O sea, que voto más por negativo que por positivo a pesar de que la señora Diaz Ayuso se me antoja muchísimo más próxima al modelo que me satisface que el resto de sus contrincantes, y también de la mayor parte de sus conmilitones.
En un rato me enfrentaré con el televisor con la desazón de confirmar, o no, que “los otros” han perdido.
28 de mayo de 2023
CM
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