EL SILENCIO
¡Qué descansada vida
La que huye del mundanal ruido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
(Fray Luis de León)
Sin pretenderlo me encontré dentro del silencio. ¡Qué sensación tan placentera! Lo primero que pensé fue en la extrañeza de no oír ningún motor vecino. Hasta el viento y los pajarillos permanecían mudos. De inmediato, la oda de Fray Luis de León. Y luego algunas reflexiones sobre el valor del silencio y del ruido.
En la batalla campa el ruido, ensordecedor.
En las discusiones aumenta el ruido.
En las catástrofes naturales ensordece el ruido.
En las grandes urbes el ruido enorme se forma de múltiples ruidos.
Las multitudes producen ruido.
Hay gente, mucha gente, que produce ruido.
Hay músicas que son casi solo ruido.
El ruido agrede, enardece, estimula y, muy comúnmente, enerva, embrutece. El ruido tapa y degrada el sonido.
Creo que no somos conscientes de los continuos impactos que recibimos en forma de ruido y, por tanto, de qué forma nos puede perturbar.
Al final de la batalla, al terminar la discusión, al concluir la catástrofe, al escapar de la gran urbe, al deshacerse la multitud, al dormirse la gente que grita, al terminar la música estridente, surge el silencio.
No siempre es posible, pero sería un avance enorme que muchos ruidos se sustituyeran por sonidos. Y, de vez en cuando, creo muy saludable cobijarse en el silencio. Ofrece una especie de milagroso bálsamo contra la agresividad del ruido.
El habla serena no precisa del grito que, cuando la sustituye, denuncia ausencia de argumentos. ¿No es el habla uno de los mayores dones que poseemos los humanos? ¿No es la conversación, la charla, el diálogo, el debate una de las expresiones más humanas de nuestra especie? ¿Es preciso gritar para disentir, tan sólo tratando de enmudecer al oponente por un método salvaje?
El silencio ofrece una entrada franca para echar un vistazo en nuestro interior. Si conseguimos la serenidad y la sinceridad suficientes, podemos identificar puntos débiles y puntos de mejora. No está exento de peligros porque (soy un convencido de que el más peligroso enemigo que afrontamos somos nosotros mismos), podemos descubrirnos algún aspecto odioso y, por tanto, caer en la fácil tentación de esquivarlo porque debemos ser nuestro mejor amigo. Aquel que nos produzca suficiente complacencia como para poder amar a los demás. Creo que tan sólo siguiendo la ruta que indica amar podemos disfrutar de la felicidad y, si estoy en lo cierto, es el centro de la diana de la vida.
Ascetas anacoretas sabemos que existieron desde los tiempos más arcaicos. No pretendo proponer que dejemos nuestra vida actual, nos tiremos al monte, a la contemplación y a la penitencia para alcanzar la perfección espiritual mediante la renuncia mundana. Mucho bueno tiene también el mundo, empezando por nuestros seres queridos. Pero sí creo que nos hemos pasado de rosca sobrepasando las bondades materiales hasta convertirlas en auténticos ídolos, a quienes llegamos a doblegar incluso nuestro espíritu. Pero sí creo que nos hemos pasado en quitar cualquier freno que nos estorbe para poseer algo que, inmediatamente obtenido, deja de ser objeto de nuestro más mínimo interés.
La propuesta 2030 dice que el progreso de la humanidad consiste en incorporar a la cultura del consumo a todos aquellos desventurados que aún viven ausentes de tal cultura. ¿Estamos seguros de que lo que el progreso nos indica es sacar de la indigencia consumista a cuántos están fuera de ella para integrarlos en el brutal sistema que justifica muertos, centenares de miles de muertos humanos para mayor dominio sobre minerales, productos y siervos? Sólo me parece una propuesta inteligente para quienes son víctimas de su propia psicopatía, aquella que les conduce a percibirse a sí mismos como dioses, gentes distintas y superiores al común de los mortales. Un sistema enfermo que se ha perfeccionado de tal manera que son los propios siervos los que “eligen” a sus opresores. O puede que no sea cierto que “elijan” con una libertad sana, no contaminada, inteligente, simplemente humana. Hay síntomas sólidos para creer que la contaminación que sufre nuestra libre voluntad sea enorme. Porque si no, ¿cómo podemos dar explicación a que sean fruto de la libre voluntad de todos, los más poderosos líderes mundiales y locales que evidencian signos inequívocos de falta severa de salud mental, que arruinan vidas humanas y pueblos insignes, ruinas materiales y ruinas espirituales?
El ruido es un arma potentísima en manos de mentes perturbadas o malvadas o simultáneamente ambas. ¿O podemos creer que los bombardeos incesantes desde los más eficaces medios de persuasión (ojo, no de comunicación) sólo crean un ruido ensordecedor para entretenernos, sin ánimo ninguno de criar y alimentar odios que fragmenten y enfrenten a todos contra todos (fábricas de “enemigos”), creando relatos que conduzcan a los rebaños entontecidos a la creencia de que tales perversos-perturbados son los salvadores que evitarán los males que nos quieren producir los “enemigos”?
Silencio. Un alto en el ruido. Pacífica y serena reflexión. Seguro que nos ha de ayudar a identificar a los enemigos reales (si existen en realidad). ¡Qué placentero un rato de silencio! ¡Qué lujo el silencio compartido!
CM
20-10-2025
Within the sound of silence
And no one dared disturb the sound of silence
(Simon and Garfunkel)





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