LA MANCEBA
(Una traviesa licencia veraniega)
Hace siglos que vivo en este paraje, puede que muchos siglos. Apenas me moví lejos de donde me encuentro. Mi piel sería un prodigio de blancura, me llamo Nívea. Todo cambia a cada instante. Mi río carece de una posición fija, sus imágenes son evanescentes. Te permiten ensimismarte con todos y cada uno de los mínimos cambios que certifican su vida. Tampoco puedo decir cosa distinta de mi bosque por el que serpentea el agua de mi río. ¿Y el cielo?; jamás es el mismo cielo. Siempre es una inquietante sorpresa verle en la amanecida o en la anochecida.
Esta profunda quietud, apenas alterada brevemente por el paso de algún animal, estimula el pensamiento. Mis cambios de postura dependen de peces y cangrejos en busca de ese alimento que imaginan que oculto, o de las aguas bravas que escapan en torbellino de las furiosas tormentas en la cumbre de la montaña. Porque, ¿saben?, soy una piedra blanca, un bellísimo canto rodado perfilado por los vientos, el agua, el poderoso sol y el hielo.
Vivo perdidamente enamorada de una piedra negra que destaca entre las de su color. Estamos ahora bastante próximas, en la misma orilla, apenas a unos pocos metros. En cierta ocasión las aguas turbulentas nos alejaron tanto que nos perdimos de vista. Creí llegado el final, sentí roto mi corazón. Pero la naturaleza es piadosa. Habían pasado no sé cuantas primaveras cuando una gran avenida que sacó de su cauce al río terminó arrojándonos a lugares muy próximos. Ella me ama. Bruni y yo nos amamos.
Soy feliz. Tan sólo sueño conque en alguna otra vida pudiéramos movernos a voluntad y juntarnos íntimamente, entrechocarnos. Como las piedras carecemos de alas, patas o aletas, sólo un sueño, sólo un anhelo y una fantasía. También se dice que carecemos de sentimientos; ¡cuánta ignorancia!
Los peores trances los pasé cuando los humanos se presentaron en el lecho del río para recoger piedras sin ningún miramiento: a veces para sus guerras; a veces para utilizarnos en sus construcciones. Bruni y yo nos libramos pero llegamos a saber (no sé cómo) que unas sirvieron para acabar con vidas de humanos, o para herirles, otras para quedar prisioneras entre la argamasa de sus construcciones o para ornamentar sus jardines. No tenemos un gran concepto de los humanos.
Hace tiempo que soportamos unas temperaturas extraordinarias, de calor inmenso durante el día y frío intenso por las noches. Esos cambios brutales de temperaturas en corto plazo de tiempo están destrozando a muchas de nuestras compañeras. Algunas se agrietan. Otras llegan a despedazarse. Las que resistimos lo hacemos con enorme sufrimiento y convencidas de que nuestro mundo puede estar cerca de estallar.
Al atardecer del día más ardiente todo el cielo se cubrió de espesísimas nubes que en poco tiempo han transformado la tarde en noche oscura. Entre las nubes corrieron primero terribles descargas eléctricas que nos iluminan con luz espectral. Enseguida ha comenzado a desplomarse una lluvia hasta ahora desconocida, por su fuerza y por su intensidad. Al poco el turbión saca a mi río de su cauce, me arrastra con un vigor nuevo y me estrella contra Bruni. Pero no hemos tenido tiempo de halagarnos: un rayo terrorífico impacta en nuestra zona al tiempo que un estampido descomunal nos hace perder la consciencia.
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Apenas quedaban unos minutos antes de echar el cierre. Mi pareja era el farmacéutico titular y yo, en ocasiones, le echaba una mano a modo de manceba de la farmacia: esta semana haría yo las guardias. Llevábamos juntos varios años y nos entendíamos más que bien. En todos los ámbitos; en la cama también.
Sus padres le hicieron la humorada de llamarle Morfeo so pretexto de que desde que nació dormía plácidamente el doble de tiempo de lo habitual. Tuvo que arrastrar la broma toda su vida. Su familia y círculo más próximo siempre se dirigían a él como “Morfi” que, a mi parecer aún resulta más chistoso que su propio nombre. Yo le conocí como Morfi y a poco más de dos años de relaciones decidimos vivir juntos. No he conocido a mejor persona. Atento con todos, afectuoso, con una chispa muy original, entrañable. No hemos podido tener hijos en los casi siete años que llevamos juntos. Aunque ambos lo deseábamos, de común acuerdo decidimos que no iba a ser un problema para nosotros.
Habíamos formado un nutrido y estupendo grupo de amigos con quienes nos reuníamos cada semana. Me habían elegido su “Afrodita” con el pretexto de que no existía chica más bella ni que tuviese la piel tan delicada y blanca.
Yo me había convertido en una acreditada mineróloga. No sé responder a por qué me dio por estudiar geología. Pero la verdad es que inmediatamente me atrajo el mundo de los minerales. Tengo publicados numerosos artículos bien valorados por los especialistas. Íntimamente sigo tratando de indagar mi singular interés por los efectos que causa el calor sobre el mármol a partir de cierta temperatura.
La farmacia, aparte de la entrada principal que queda protegida por un cierre adecuado (con su pequeña ventanilla de seguridad para atender las urgencias con receta médica), tiene un acceso desde el portal de la finca a través de una puerta blindada por la que se accede a la rebotica.
Precisamente estoy entretenida en la rebotica escasos minutos antes de cerrar cuando suena el carillon que anuncia la llegada de alguien. Cuando salgo al mostrador ya ha entrado una mujer soberbia de piel oscura, creo que quizás mulata. Más o menos de veinticinco años, como yo. Saluda disculpándose por la hora tan ajustada. Su voz es completamente cautivadora.
-Te ruego que me disculpes. Soy consciente de lo inapropiado de la hora. Y, lo peor es que no sé cuál haya sido el motivo para molestarte. Una extraña fuerza, ajena a mi voluntad, me ha empujado a entrar en tu farmacia.
Me quedo petrificada. Más que por el sin motivo de la visita, por algo que tampoco yo soy capaz de explicarme, algo que irradia esa bellísima mujer y esa voz fascinante.
-Por favor, no te disculpes. Tampoco yo soy capaz de entender por qué me ha producido una intensa alteración tu persona. Lo inexplicable tiene a veces mucha mayor fuerza y valor que lo razonable. Pero no sabes bien cómo agradezco tu visita que me produce un gozo imposible de entender. Aunque desconozcas el motivo que te empujó a entrar, te puedo asegurar que estoy a tu disposición para todo cuanto puedas precisar.
La visitante, paralizada ante la presencia y las palabras de la mineróloga sólo acertó a decirle tras unos segundos que parecieron siglos:
-Eres bellísima y me siento atraída hacia ti por una fuerza que no controlo. Tu voz la escucho en mi corazón y mi cuerpo entero sufre un extraño temblor. Quizás he pasado para conocerte, sin saber que estabas ni quien eras. Mi nombre es Bruni y tengo la impresión de estar buscándote desde siempre.
Al escuchar su nombre el alma y el cuerpo de la conocida como Afrodita comienza a experimentar extrañas convulsiones. Rodea el mostrador, se acerca a Bruni y suavemente le toma una mano. Ambas experimentan un placentero calambre.
-Bruni debo echar ya el cierre pero te suplico que te quedes conmigo un rato. Existe otra puerta que da acceso al portal. Mi nombre es Nívea aunque algunos me han apodado Afrodita. Estoy tan fascinada …
Bruni experimenta un profundo pero fugaz mareo al escuchar el nombre de la bella. Asiente sin desasirse de la mano que la hechiza y la sigue hasta el interruptor que acciona el cierre. Éste se encuentra nada más penetrar en la rebotica.
-¡Nívea! Tienes el nombre de todos mis sueños.
Se aproxima a Nívea y acerca sus carnosos labios a los de ella. Se funden en un suave y prolongado beso. Se mordisquean con levedad los labios. Después, como urgidas por una señal se exploran con sus lenguas, despaciosamente al principio, vehementes más tarde.
Tartamudeando quedamente:
-Te voy a enseñar el pequeño refugio que tenemos para pasar las guardias.
A mitad del vasto espacio con gran cantidad de estantes y anaqueles repletos de productos farmacéuticos, abre una puerta. La habitación es espaciosa, ocupada por una gran cama y, al fondo, otra pequeña puerta se abre a una ducha y un retrete. Se vuelve hacia Bruni sin dejar de sostenerle la mano oscura:
-Me harías la más dichosa de la tierra si quisieras compartir conmigo la ducha.
-¡Sí, desde luego! Tan sólo te ruego que me permitas frotar mi cuerpo tostado con la nieve del tuyo.
Aún permanecían en el aire las últimas palabras cuando Nívea desabrocha su leve bata que sólo cubría su cuerpo espléndido y una diminuta braguita mientras Bruni se despoja de sus únicas prendas, una blusa escasa y una corta falda, al tiempo que se desliza hasta el suelo la breve bata de su enamorada. Pasan al espacio de la ducha y de inmediato comienzan el combate de bocas con pezones, lenguas con muslos, …
Nada ni nadie perturbó aquellas locas noches, aquellas refriegas de pasiones carnales desenfrenadas y lascivas.
En la orilla del río ambas amantes rememoraban juntas sus sueños mientras cedía la formidable tormenta que las había arrastrado hasta chocar entre ellas. Pequeñas brechas en las nubes dejaban pasar tímidos rayos de sol. En el bosque seguían meciéndose las escasas hojas que el vendaval respetó. Todo igual y todo enteramente distinto.
31-8-23
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