Veo muy poco la tele. No me gusta casi nada de lo que emiten por ella. Incluso algunos programas me revuelven el estómago, me entristecen y me preocupan (así, guapas jovencitas chonis se morrean, refocilan y revuelcan con jovencitos guapos y muy zafios o se insultan mutuamente con crueldad). Incluso hay otros muchos programas que pretenden ser de un nivel cultural superior: “contertulios” les llaman (erróneamente) a un grupo de personas que debaten (habitualmente no es cierto, simplemente pelean) sobre cualquier tema: de actualidad, sanitario, político, científico, cultural, bélico, jurídico … ; es fantástico que un mismo grupo de personas pueda ser competente (no lo son) en tal diversidad de temas. Como es lógico no se escuchan unos a otros, gritan (aúllan muy frecuentemente subiendo el volumen cual charca de ranas en noche de sexo veraniego para sustituir la ausencia de argumentos), se interrumpen constantemente, vociferan varios al tiempo haciendo imposible la audición (eso que se ahorra el telespectador). Los unos son espacios sin otra pretensión que atender a lo más vulgar y peor preparado de nuestra sociedad y alcanzan los más elevados niveles de audiencia (¡ay, mi querida España!), pero creo que no quieren aparentar cosa distinta de lo que son. Muchísimo peores aún son los del segundo tipo puesto que quieren parecer lo que no son: un nivel cultural superior, casi siempre inexistente. Pero sí son “creadores de opinión”, dirigidos con frecuencia por falsos moderadores ameritados las más de las veces por sus simpatías políticas partidistas (carcas o progres). Mi magro consumo televisivo se concentra prácticamente en documentales, películas y enunciados de informativos. Pero de cuando en cuando me concedo licencias y veo algo de los programas conocidos como “de entretenimiento”. En una de éstas reparé ayer en dos opiniones que captaron mi atención.
En una se criticaba duramente (con razón sobrada creo yo) al presidente del gobierno Pedro Sánchez. Curiosamente el motivo más compartido de censura consistía en los segundos de retraso con que despreció al Jefe del Estado, a las Fuerzas Armadas que iban a desfilar y, en general, a los ciudadanos interesados en la celebración de la fiesta de la Hispanidad. Me sorprende ese apasionado deseo de roer ansiosamente el hueso disponiendo de tan gran cantidad de carne en la que hincar el diente de la crítica y descalificación del Presidente. ¡Surgió una voz discrepante ante tanto reproche!: “me reconoceréis la inmensa labor que ha hecho Pedro Sánchez resolviendo el grave problema catalán tan enquistado con anteriores gobiernos”. Me quedé atónito, perplejo. Algo tremendo me había perdido en mi naufragio de lucidez. Como el resto de “contertulios” callaron, entendí que otorgaban. Y yo totalmente fuera de juego. Y mis grandes amigos catalanes residentes en Barcelona y Torroella también. ¡Mentira, es mentira!, la sociedad catalana sigue rota y enfrentada por la cuestión de la independencia de España (ése es el verdadero primer problema catalán). Sánchez ha conseguido hasta ahora transaccionar con los políticos catalanes independentistas (tú me ayudas a mantenerme y yo te pago en la moneda que te interese). Desde luego la moneda de pago no es suya sino patrimonio de todos los españoles de cuya gobernanza y administración se ocupa (???). En resumen, sigo esperando que gentes con suficiente altura de miras por ambas partes (gobiernos de España y catalán) sepan encontrar fórmulas que superen el gran problema de esa admirada y querida región española. Quizás algunos telespectadores de ese vano programa hayan creído que “Sánchez ha solucionado el problema catalán”. ¡Están frescos!
También ayer escuché a un colaborador de un programa de entretenimiento una afirmación sorprendente. A esa persona la tengo por cultivada, original y bastante interesante. Pero… El tema que se suscitaba era la libertad de expresión en relación con “las bromas, el humor” que algunos procuran despreciando o incluso ofendiendo a otros. La tesis que defendió la persona en cuestión era que el límite está en el “arte”, lo “artístico” (???). O sea que si la injuria es “artística” hay que respetarla. ¡Qué barbaridad! ¿Qué es artístico?, ¿Quién decide lo que es arte? Y, suponiendo que ambas cuestiones se pudieran resolver adecuadamente (casi nada), ¿podría el artista ofender impunemente, sin otro limite? ¡No, amigo mío, te pasaste de frenada en tu originalidad! El límite de la libertad de expresión es el RESPETO si es que aspiramos a vivir en una sociedad civilizada. Si sólo se tratase de valorar el ingenio iríamos adelante hacia una sociedad salvaje. Pero como es persona simpática, ocurrente, singular e inteligente, muy posiblemente algún telespectador quedó convencido de que es lícito bromear a costa de otro siempre que la broma sea “artística”. ¡Qué dislate!
C.M.
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