Pero esa satisfacción personal no empaña mi absoluta convicción de que, en la situación económica actual y aún más en la que se espera, es una absoluta barbaridad que el gobierno apueste porque gastemos 190 mil millones en pensiones (un 35% de la irresponsable cifra de más de 545 mil millones de los gastos presupuestados). Es un disparate, se mire por donde se mire. Pero también el gobierno nos hará emplear más de 150 mil millones en remunerar a los empleados públicos. Suma de barbaridades (por más que en mi propia familia halla razones para la satisfacción por un incremento del 3,5% en la retribución de los funcionarios). Ambas partidas (pensiones y retribuciones al personal público) suman más de 340 mil millones (más del 62% del gasto presupuestado). Los pensionistas somos un colectivo estrictamente improductivo. Los funcionarios suponen un colectivo de muy baja productividad económica. Es decir, más del 62% de lo que vamos a gastar no puede hacer aportaciones significativas al Producto Nacional. Más grave y difícil de evaluar es la conciencia social que se ha alentado de que “no es preciso ni el esfuerzo ni el sacrificio para progresar”: está extendida de tal forma (el espíritu de las sucesivas reformas educativas tiene un peso decisivo en este aspecto) que me produce profundos escalofríos cuando intento prever nuestro futuro.
Parece que hay casi unanimidad entre los especialistas independientes en que los ingresos presupuestados son imposibles de realizar (el mismo Banco de España rebajó sensiblemente el crecimiento al 1,4% frente al 2,1% presentado por el gobierno el día anterior). ¿Con qué medios vamos a crecer? ¿Cómo vamos a financiar los formidables y disparatados gastos presupuestados? Estamos entrando ya en una crisis económica grave y profunda. Requeriría, por sentido común, ser austeros en el gasto y alentar los elementos con mayor y mejor capacidad productiva. Este gobierno apuesta justo por lo contrario. En fin, por falta de gobernantes y asesores no será.
C.M.
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