martes, 3 de octubre de 2023

 

EL CANDIDATO DEL REY (y 2)





(De la primera parte):

Fue el rey a consultar con su viejo padre quien, tras escuchar a su hijo, le contestó en éstos términos:


-“Somos una gran y antigua nación. Y no sólo por regalo de Dios, que bendijo nuestras tierras, sino por el esfuerzo y penurias de nuestros antecesores. Carecemos de legitimidad ni moral ni jurídica para fracturar las tierras que de ellos recibimos. El gobernante, o lo es para hacer mejor la convivencia de todos nuestros vecinos, o no lo es. No debe gobernar quien esquilma a su pueblo, quien lo somete a mentiras y ocultaciones, quien se cree de mejor calidad que los demás, quien adoctrina a los infantes para mejor someterlos, quien confunde a las gentes defendiendo que, so pretexto de ser todos iguales, prioriza el derecho de la mujer sobre el hombre o del hombre sobre la mujer, quien no guarda el respeto debido a los muertos porque se combate a los vivos y se deja descansar a los muertos, quien beneficia a unas tierras sobre otras o a unas personas sobre otras. Y, ¡qué carajo!, la Nación ni se parcela, ni se disgrega, ni se descompone, ni se quiebra. La Ley a todos nos manda y todos estamos sujetos a ella; a quienes tienen encomendado aplicarla les debemos obligadamente acatamiento y cuando condenan por contravenir la Ley nada hay que exima a los culpables de la pena. Hijo mío, tienes la responsabilidad y deber máximos. Si has de guerrear, guerrea. Nadie te garantiza la victoria. Nadie se la garantizó a tus antepasados. Pero jamás podrás perder el honor y lo que ello comporta”.

 

Aquellas solemnes palabras calaron con naturalidad en el corazón y el sentimiento del rey. No tenía duda alguna. Sólo quedaba actuar en consecuencia.



(Segunda parte):


“Sólo faltaba actuar”. Actuar en aquella época, (y en ésta lo mismo) suele ser una fase delicada, difícil. Porque puede ocurrir que la acción ponga al desnudo la incapacidad operativa del actor. 


Cavilar, meditar, reflexionar, mostrar incluso ocurrencias, con frecuencia dar la tabarra con pensamientos más o menos madurados, está al alcance de una parte significativa de la población. Sin entrar en la calidad o bondad de las cavilaciones, meditaciones, reflexiones, ocurrencias o pensamientos. Que lo más corriente es que sean de calidad pésima.


De forma y manera que disponer de unas reflexiones apreciables es un verdadero tesoro. Y las del padre del rey eran excelentes, oportunas, atinadas, grandemente ajustadas a la realidad y perfectamente cocinadas con la sabiduría y experiencia del anciano. (Claro que probablemente no se jugaba una vida dilatada.)


Pero, ¿y actuar? Amigos, para eso, además de las facultades y habilidades necesarias es preciso, ante todo, “tener los borbones necesarios”. Y eso casi roza el milagro. Unos borbones sanos, potentes y “bien puestos” es una herramienta imprescindible para emprender según qué tipo de acciones. En especial aquellas que comportan algún riesgo para la placidez de la vida, para la salud y, no quiero ni decir, para la propia vida. Por eso es muy corriente que muchos proyectos no consigan salir de su propio huevo y no fructifiquen en acción alguna.


Bien es verdad además que errar en un pensamiento no acarrea por lo general las perniciosas consecuencias que ocasiona fracasar en una actuación. Las palabras se las lleva el viento. Pero para borrar los hechos es preciso echarle ingenio, caradura y, casi siempre, maldad, mucha maldad.


Es muy habitual que para justificar (incluso a nosotros mismos) no hacer algo después de haber concluido que era lo que había que ejecutar, busquemos y encontremos con facilidad asideros a los que agarrarnos: la prudencia, la paciencia, el tiempo como aliado (¡hay que ver la cantidad de asuntos que arregla el simple transcurso del tiempo!), la serenidad. Todas ellas justificaciones virtuosas que, a cada paso, esconden la razón verdadera por la que se evita pasar a la acción: la falta de unos borbones bien puestos.



Pues nuestro buen rey decidió no poner a prueba en esta oportunidad sus borbones. Descarto la posibilidad de que careciera de ellos porque (al menos en los cuentos) son consustanciales a la realeza y además tenia bien acreditado tenerlos y bien puestos en difíciles ocasiones del pasado. Sin duda que el primer rey de una dinastía tenía los borbones que quitaban el hipo. Los descendientes …, es otra cosa, aunque es de esperar y de exigir que en buena parte la sangre azul de los monarcas circule por aquellos. No se concibe una verdadera sangre azul si se carece de los borbones necesarios.


Quizás el Rey consiguió con su decisión mantener de momento su posición sin involucrarse. Las posiciones a veces se heredan pero las debe mantener el heredero, forzosamente. Avisado estaba en nuestro caso el rey de que el duque de Trápala ni le mostraba el exigible respeto ni daba muestras de apreciar ni al monarca ni a la corona ni a los ciudadanos. Una perla, vamos.




Se equivocó el rey, le faltaron borbones, de manera que, tiempo después, la nueva dinastía de Trápala, tras acabar con cualquier anterior imagen real, ordenó a sus escribanos que fijasen la nueva y “verdadera” historia del reino en que, inicialmente aparecía nuestro rey como un traidor, para desaparecer de los escritos en sucesivas ediciones.


Los súbditos se lamentaron una y mil veces de no haber ofrecido en su momento al rey de nuestro cuento todo su apoyo y aliento. Después, ya humillados y esclavizados, fueron perdiendo su memoria y su propia dignidad.


Del duque de Obradoiro no se supo más que, entregado a sus gentes y a mejorar sus vidas, acrecentó sus tierras y su prestigio.


¿Y qué pasó del honor?




3-10-23



CM

sábado, 30 de septiembre de 2023

 LOS HALCONES

 

 


Madrugo habitualmente. En verano salgo con frecuencia al jardín con el primer clarear del día. Al fondo del estrecho y largo valle que enfila el mar veo al rato asomarse al sol. Sol asturiano, casi siempre entre un coro más o menos denso de nubes. De forma que las tiñe de los naranjas más variados. Mis primeros minutos discurren en un silencio solemne y una quietud total. Con la luz arranca un concierto de voces frenético de multitud de variadas aves. Y comienza a desperezarse toda la naturaleza. Solo a ella se oye: el lejano cacareo del gallo madrugador, los trinos de minúsculos pajarillos, el rumor de la hierba al crecer y, en ocasiones, la brisa ligera del mar cercano.




 Con el pastar del ganado próximo entran en concierto los esquilones denunciando el incansable rumiar de las vacas y aparecen las jóvenes y níveas garcillas boyeras que tan a menudo las acompañan en los últimos años. El conjunto produce un efecto sobrecogedor. Sí, soy inmensamente pequeño y sigo vivo.

 







Más tarde tengo asegurado acceso preferente a un fascinante espectáculo del mejor circo natural: los halcones (“ferre moru” en la costa asturiana, “ferre palomberu” en Gijón). Estas aves extraordinarias son posiblemente los animales más veloces de nuestro planeta. Enormemente bellos, tamaño entre treinta y cinco y sesenta centímetros, llegan a alcanzar una envergadura de ciento veinte centímetros, siendo las hembras sensiblemente mayores y más robustas que los machos (hasta setecientos cincuenta gramos ellos y hasta mil quinientos gramos ellas). Son formidables cazadores para lo que la parte superior del pico tiene la proximidad de la punta serrada, las patas muy fuertes y unas garras formidables. Cazando llegan a alcanzar una velocidad próxima a los trescientos kilómetros por hora. Un absoluto prodigio de diseño para la caza.

 






Me acomodo en la terraza de casa, leo, escucho música, hasta me pongo a escribir a veces. Va descendiendo la ladera del estrecho vallecito. Dominando la ladera de enfrente permanece solitario y abandonado un antiguo poste de electricidad. Hoy es una atalaya predilecta de los halcones. Desde ella semejan estatuas. Pueden pasar largo tiempo inmóviles, vigilando el cielo y el campo. Repentinamente emprenden vuelo en aceleración sorprendente. A veces raseando el fondo del valle. Otras ascendiendo hasta casi desaparecer de la vista. En ocasiones planean a gran altura trazando círculos irregulares. De improviso comienza su ataque a velocidad de vértigo. Si es desde una enorme altura, cayendo en picado en exhibición formidable. Es irreal su capacidad de girar a tan tremendas velocidades. Es muy raro que el ataque no tenga éxito. Son de una singular eficacia.

 


En época de cría la pareja se alterna en la cacería en un trabajo incesante, inagotable. Cuando ya no es preciso atender y defender el nido, la pareja actúa con mucha frecuencia coordinada. Así lo hacen, por ejemplo, cuando atacan a una especie para mí especialmente odiosa: los córvidos. Es sorprendente la valentía y arrojo con que los halcones atacan a presas sensiblemente mayores. Me parece imposible superar las piruetas aéreas que realizan a enorme velocidad. Un día un halcón voló a no más de cuatro metros de mí. Sentí el aire que desplazaba. Apenas pude reparar en una especie de pequeña rata que se llevó volando entre sus garras.

 

La exhibición de los halcones cazando es ciertamente extraordinaria y puede durar muchísimo tiempo. Y yo puedo pasar un tiempo indeterminado observándoles. Disfrutando en directo de uno de esos espectáculos abracadabrantes que nos regala la naturaleza.

 


Fue el muy querido y admirado Rodriguez de la Fuente quien, hace muchos años, nos regaló con un documental apasionante sobre los halcones y la cetrería que me cautivó totalmente. El “amigo Félix”, extraordinario naturalista y divulgador científico fue pionero en España (y muchos otros lugares del mundo) en proclamar el amor y el respeto necesarios a la naturaleza. Ahora, cada vez que asisto a una actuación en directo de los maravillosos halcones tengo un cariñoso y agradecido recuerdo hacia el profesor Rodriguez de la Fuente.

 

Ya tengo muy repetido que uno de los aconteceres más curiosos y entretenidos es observar cómo va cambiando el campo constantemente.  La aportación de los halcones a tal reflexión es enorme.

 

 

30-9-23

 

 

CM

 

 

jueves, 28 de septiembre de 2023




EL CANDIDATO DEL REY

 


 

 






Había un reino en que sus vecinos gozaban de gran fama de campechanía y, aún más, de espíritu fiestero. Su bella y variada tierra, sus climas diversos, sus apetitosas cocinas, las notables huellas de su larga historia y el temperamento afable y hospitalario de sus gentes le convertían en un poderoso imán para todo tipo de forasteros.

 







Tierras de pan llevar, tierras del vino, tierras de agrestes montañas, tierras aceiteras, tierras ganaderas, fronteras del mar, costas de formidables farallones pétreos y dulces arenales, huertos feraces, pueblecitos pintorescos muy entrañables y ciudades distinguidas, elegantes, embrujadas.

 

Cumbres heladas batidas por vientos feroces,  verdes valles y bosques densos empapados por la bruma, grandes llanuras conviviendo con el sol tórrido y la noche gélida casi al tiempo, amplias zonas tropicales, islas de ensueño de brisas suaves.

 








Aquí un cocido de legumbres, allá pescaditos espetados, arroces de mil maneras y sabores, sublimes asados en hornos de leña, frutos milagrosos del mar (del más próximo y del más lejano), hortalizas de mil sabores hipnóticos, potes, gazpachos tan dispares con igual nombre, carnes vacunas, carnes bovinas, carnes porcinas, fiambres singulares, platos pobres para gustos exquisitos, decenas de docenas de deslumbrantes dulces.

 








Los siglos fueron dejando fantásticas huellas del arte pictórico, arquitecturas fascinantes, músicas sobrecogedoras, escritos sublimes, esculturas y arquitecturas prodigiosas, bailes imponentes.

 

Formaban un pueblo parido desde muy distintas razas, procedencias, culturas, creencias y pareceres.

 


El anciano padre del rey, un formidable héroe que supo conducir a su país hacia la prosperidad, hacía ya años que había abdicado aquejado de “elefantitis”, una culposa enfermedad progresivamente paralizante. El rey reinante tenía cedidos sus poderes de gobernanza a su pueblo. De hecho eran dos los duques que se alternaban en el gobierno según el apoyo que recibían de sus seguidores. 


Uno, el duque de Obradoiro, prudente y mesurado, contaba con el respaldo sólido de las gentes de sus tierras. Respaldo repetido y continuado decenas de años.

 

El otro, duque de Trápala, título merecido por su natural proceder falso y embustero, mantenía a sus súbditos bajo mano de hierro, narcotizados con sus patrañas y sobornos. Tenía apalabrado con varios de ellos hacerles dueños de sus tierras, segregándolas del reino.

 



El caso es que ambos duques se presentaron ante el rey enfrentados por la pretensión de ser proclamados gobernadores del pueblo. 

Escuchó el rey a Obradoiro decir sus razones para ser elegido: gobernar con tiento, disminuir los tributos al pueblo, reducir los gastos del reino y alentar la mejor convivencia y tolerancia. Y al rey le pareció una propuesta atractiva pero se reservó su parecer hasta escuchar al segundo duque.

 

El de Trápala, evitando cualquier actitud de respeto al rey, con la altanería que ensoberbece a quien se estima superior (sin serlo), planteó su plan de progreso disimulando sus planes de fracturar el reino. El rey también le escuchó con cortesía exquisita y despidió a ambos indicándoles que les haría llamar cuando tuviese tomada la decisión tras sus cavilaciones.

 


Fue el rey a consultar con su viejo padre quien, tras escuchar a su hijo, le contestó en éstos términos:


-“Somos una gran y antigua nación. Y no sólo por regalo de Dios, que bendijo nuestras tierras, sino por el esfuerzo y penurias de nuestros antecesores. Carecemos de legitimidad ni moral ni jurídica para fracturar las tierras que de ellos recibimos. El gobernante, o lo es para hacer mejor la convivencia de todos nuestros vecinos, o no lo es. No debe gobernar quien esquilma a su pueblo, quien lo somete a mentiras y ocultaciones, quien se cree de mejor calidad que los demás, quien adoctrina a los infantes para mejor someterlos, quien confunde a las gentes defendiendo que, so pretexto de ser todos iguales, prioriza el derecho de la mujer sobre el hombre o del hombre sobre la mujer, quien no guarda el respeto debido a los muertos porque se combate a los vivos y se deja descansar a los muertos, quien beneficia a unas tierras sobre otras o a unas personas sobre otras. Y, ¡qué carajo!, la Nación ni se parcela, ni se disgrega, ni se descompone, ni se quiebra. La Ley a todos nos manda y todos estamos sujetos a ella; a quienes tienen encomendado aplicarla les debemos obligadamente acatamiento y cuando condenan por contravenir la Ley nada hay que exima a los culpables de la pena. Hijo mío, tienes la responsabilidad y deber máximos. Si has de guerrear, guerrea. Nadie te garantiza la victoria. Nadie se la garantizó a tus antepasados. Pero jamás podrás perder el honor y lo que ello comporta”.

 

Aquellas solemnes palabras calaron con naturalidad en el corazón y el sentimiento del rey. No tenía duda alguna. Sólo quedaba actuar en consecuencia.

 

 

 

28-9-23

 

 

CM

 

lunes, 25 de septiembre de 2023

 EL DISIDENTE

 


(Disidente es quien diside. Disidir por su parte, es separarse de una doctrina, creencia o conducta común)

 


 



Recientemente hemos escuchado a don Alfonso Guerra tratando de aclarar (con su verbo fácil y su oratoria eficaz) que él no era un disidente del PSOE puesto que no había cambiado su posición ni en los dos últimos meses ni respecto a los postulados del último congreso de su partido celebrado hace apenas dos años (no a la colaboración con Podemos, condena a quienes intentaron subvertir el orden constitucional, respeto riguroso a la Constitución y a los principios que la inspiraron). “No soy yo el disidente, porque no he cambiado, el disidente es “el otro” (Pedro Sánchez) que ha cambiado de posición”.

 

Desde los años cuarenta del siglo pasado el término “disidente” se viene usando principalmente con carácter político y especialmente a quienes se enfrentaban a las dictaduras comunistas (de la URSS, de Cuba, de la China comunista, …). Los disidentes siempre son y han sido perseguidos.

 



La más rabiosa actualidad se refiere a los disidentes del PSOE. La dirección del partido ha sido rigurosa expulsando por disidentes a reconocidas figuras del socialismo español como don Joaquín Leguina -expresidente de la Comunidad de Madrid- en diciembre de 2022 o don Nicolás Redondo Terreros -exsecretario del partido socialista vasco- en septiembre de 2023. Con don Felipe González y don Alfonso Guerra la dirección del partido aún no se ha atrevido. Pero cada día aumenta el número de ex dirigentes socialistas que se manifiestan contra la política seguida por su Secretario General.

 


En un escrito reciente –“Usurpación del PSOE”- ya planteé mi tesis de que el secretario general, Pedro Sánchez, ha usurpado la marca PSOE y, de facto, ha formado otro colectivo totalmente sometido, esclavizado, a las cambiantes directrices del jefe. Creo que, a estas alturas, nadie puede dudar de la carencia de principios y valores sólidos y estables de Sánchez, fuera de su decidida y eficaz lucha por el poder. Absolutamente permeable a las posiciones políticas más diversas y encontradas (Junts, Bildu), se pliega a cuantas puedan serle de utilidad para ostentar el poder. Y reconoce como “contrario y enemigo” sólamente a quien puede disputarle el poder. Él no es El Partido pero ha creado una estructura (“bases”, “asalariados”) que en la práctica lo ha suplantado. Por eso decía yo que quizás ya no existiera el PSOE.

 




Pero hoy me importa tratar principalmente la mentalidad de aquellas personas que se encuentran “entregadas” al jefe y a lo que, en cada momento, pueda él defender, sea agua o fuego. En particular hablo de los “integristas de izquierdas”. Creo que se trata de un “sentimiento” (ser de izquierdas) que ha conseguido situarse como sinónimo de progresismo, de cultura avanzada. Su marketing ha sido impecable de forma que la sociedad en su conjunto tiene asumidas tales características y valores. Aunque, una vez conseguido el estatus de “izquierdas” no sea en absoluto preciso practicar con sacrificio ayudar al más necesitado ni justificar  su superior posición intelectual.

 

Ser de ”izquierdas” se supone pertenecer a una marca de mejor calidad humana que el resto (esto no se discute), que incorpora un desprecio tal a ese resto que, calificándolo de equivocado, sólo puede aspirar a ser “sometido” y conducido por la jefatura de izquierdas. Es la esencia de las viejas y  conocidas dictaduras de izquierdas.

 




Esa posición no es compatible con la democracia, puesto que ésta exige un principio de “igualdad” entre humanos y, por tanto, respetuosa de pensamientos y opiniones que difieran de las que, a priori, ya están definidas como “las buenas”. No ha lugar al debate.

 

Ser de “izquierdas” aporta la enorme ventaja de no tener que justificar ni en pensamiento ni en hechos los principios y valores personales. Seguro que, para muchos, exime de tenerlos. Les basta la “marca”. 


En el caso español existe una mentalidad arraigada de “heredar” lo que a los parientes ocurrió aunque el tiempo transcurrido sea dilatado (por ejemplo, la guerra civil terminó hace más de ochenta años) y asignarles la bondad de su posición y asumir los horrores de sus agravios. Pero a la antigüedad la “izquierda” la sitúa en el plazo que estima oportuno (¿por qué desde 1936 y no desde 1989 o 1540, por ejemplo?). No se trata desde luego de “jugar limpio” sino de “arrimar el ascua a su sardina”. Como se trata de un “sentimiento” de tipo “vendetta” (muy ordinariamente mortuorio), escapa de cualquier debate racional.

 



Finalmente, hay quien se ampara tenazmente en la marca “de izquierdas” y que con cierta frecuencia es realmente un “autodisidente”, o sea, discrepa íntimamente consigo mismo, lo que le conduce a posiciones de amargura revolucionaria puesto que es la que mejor acoge la disconformidad. Aunque, en estos casos, la discordia sea con uno mismo. La amargura que produce la decepción del propio yo es la más profunda, la más inhabilitante, la más grave de las amarguras.

 

Por eso, creo yo, que hay bastante gente que se pronuncia “de izquierdas” de la que resulte difícil comprender cuál sea su razón y, sobre todo, qué motiva su “cerrazón”.

 

Naturalmente que he conocido, tratado, querido y respetado a muchas personas “de izquierdas”. Y de ellos también he podido aprender y conocer ángulos de visión nuevos e interesantes. Pero no hubiera sido posible desde el “supremacismo” que otorga a una  marca algunas falsedades evidentes.

 

 

 

25-9-23

 

 

CM