domingo, 1 de septiembre de 2024

 EL PREDICADOR BUHONERO

 

 


PREDICADOR


Hace años relataba un buen amigo cuánto le había impresionado un concejal con su lucida prédica. Asistía a la ceremonia civil del matrimonio de un familiar. La celebración la realizaba un hombre joven de gran estatura, moreno, más que agraciado, guapo, de cautivadora sonrisa, que fue desgranando la mejor homilía que había escuchado en su vida mi amigo. Verbo fácil y certero con el objetivo de crear una emoción apropiada al motivo de la celebración. Llegó con gran eficacia a los corazones de los novios y del pequeño grupo que los acompañaba. Al de mi amigo, desde luego. Parece que fue un prodigio de sensibilidad, efectiva entonacion, verbo florido, en fin, muy por encima de lo que hoy en día se acostumbra entre los profesionales de la predicación.



BUHONERO


Años más tarde, tuve la desgracia de conocer a un hábil buhonero que vendía sus baratijas y quincaya intelectuales con tal habilidad que conseguía convencer a buena parte de la parroquia expectante de que se trataba de propuestas brillantes para mejorar la vida. En la mejor tradición de los viejos comerciantes de prodigiosos elixires, vendía su mercancía de ungūentos y bálsamos falsamente milagrosos, como el famoso Fierabrás. Éstos, curaban la pobreza, enriquecían cuerpos y almas, encarrilaban a los malhechores, terminaban con los abusos de los poderosos, evitaban el enojo del trabajo para prosperar, aseguraban el paraíso en esta vida, situaban a las mujeres en un preminente lugar social, aupaban al país a la cabecera del mundo, aseguraban igual dignidad y valor para todas las personas, acababan con las pústulas del pernicioso capital, ilustraban a las gentes con las verdades reales (no con las sucedidas), hacían fácil la vida de jóvenes y ancianos, aniquilaban la verdad, …, abrían un verdadero mundo nuevo, un mundo humano. Con enorme pericia fue formando su propia comunidad, amalgamada con los más vulgares y antiguos beneficios, provechos y dineros. La pandilla tomó cuanto estimó de interés de una antigua agrupación pública. El buhonero demostró una valía extraordinaria para identificar y ocupar los puntos neurálgicos del poderío.

¡Se trataba del predicador formidable convertido en extraordinario buhonero!

Como avispado comerciante supo hacer tratos con negros y blancos, malhechores de las más encontradas raleas, buscando y sacando siempre su personal beneficio.

Como competente predicador habló de la deslumbrante claridad de la noche y la oscuridad tenebrosa del día sin que su fiel auditorio manifestase el mínimo gesto de duda. Cuando le convino defendió impávido justo lo contrario y también fue igualmente aclamado por sus fieles.



TIRANIA


Un ser así es ciertamente extraordinario. Y enormemente interesante. A mí me lo hubiera parecido. Pero se apropió de mí representación y de mi cartera. Y eso, sí que no, de ninguna manera. Porque jamás me propuso lo que luego realizó, porque no es cierto que cambie de opinión, porque carece de ella o es tan voluble y acomodaticia que imposibilita situarla, porque con sus haceres no dejó de perjudicar a los más débiles, desprestigiar a cuanto decía representar y progresar decididamente por el precipicio de la indecencia, la ausencia de escrúpulos, el desprecio del interés común, la tiranía, la ignorancia del bien y del mal y un uso inaceptable (y hasta delictivo) de mi dinero.

No tendría la menor importancia que un simple predicador buhonero hiciera y deshiciera, siempre que fuera dentro de la ley. Y, si no lo fuera, siempre con la certeza de que la judicatura le aplicase los castigos de rigor. Pero somos tan extravagantes que a un tipejo así le hemos entregado nosotros  el poder de gobernarnos y administrarnos. Parecería increíble, pero así es. Somos nosotros, los ciudadanos, los culpables máximos de las insensateces, descalabros, maldades, agravios, traiciones, vergüenzas, destrozos, desprestigios e indecencias varias de tan nefasto personaje.

¿Sabéis qué?: tras el vacuo y contradictorio palabrerío y tras sus graciosas mañas de vendedor farsante, no hay nada ni nadie. Sólo la pillería de quien sopesa con precisión la ignorancia, la estupidez o la indolencia de la clientela, a la que, natural y atinadamente desprecia.

 

España perdió posiblemente un seductor predicador vendedor de morralla y bujerías. Una verdadera tragedia que nosotros le cambiásemos el oficio. Porque lo estamos pagando, ¡y de qué manera!

 

 

CM

 

1-9-2024


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