CASI ME MUERO
(del 4 al 17 de abril de 2012)
LA CRISIS:
El Sábado Santo acudió a verme el sabio cirujano Rodríguez Peña. Fue urgido de emergencia por el equipo médico del hospital, alarmado por la crisis pavorosa que sufrí el día anterior. Previamente habían movilizado lo necesario para que se abriera el servicio de escáner a más de medicamentarme a tope.
El sabio cirujano me planteó: “está usted grave; pero a la vista de todos los informes y pruebas que se le han practicado no sé que tiene; sólo le puedo ofrecer abrirle y ver qué nos encontramos; le operaría mañana mismo”. Imposible que yo pudiera vivir en las condiciones en que me encontraba. No había alternativa. No lo dudé un instante. El domingo (¡de Resurrección!), en catorce horas, a la sala de despiece. Me angustiaban las catorce horas, no el quirófano.
Lo que encontraron al abrir era un desastre: peritonitis, necrosis de apéndice, inicio de gangrena, intestino delgado infectado y purulento, tripas retorcidas en amasijo deforme, …
DE PASIÓN:
Tras valorar diversas opciones, había optado por la menos atractiva: vivir los días más santos de la semana desde un hospital. Y dolorido. Y también preocupado. Dejamos mi Asturias y mi familia asturiana. Conduje como pude hasta Madrid y en la tarde del Miércoles Santo quedé ingresado en un centro médico (con la ilusión entonces de salir el próximo Lunes de Pascua).
Parece que una gran parte de los enfermos hospitalarios también se habían ido de vacaciones: creo que solo quedábamos los aquejados de más penoso dolor y los más cobardes.
Nunca imaginé una Semana Santa ni medio parecida. Quizás me encontraba en un veterano y cuidado hotel que perdió su gancho vacacional. Agradecí el silencio, muy de días de pasión. Y, sobre todo, relajé mi desazón por el evidente progreso de mi mal, al sentirme bajo el amparo de gentes de la medicina. ¡Y encarando más de cuatro días inhabilísimos.!
MI FAMILIA:
Mily, mi compañera, mi amor, venía viviendo y sufriendo junto a mí el pernicioso proceso durante semanas. Pero nos había estimulado (y confundido) el resultado positivo de una colonoscopia y la excitación de ver a nuestra nietecita. Y habíamos decidido salir hacia Asturias el Viernes de Dolores. Ya en Asturias yo empeoraba casi por momentos.
A partir de decidida la operación en el Domingo de Resurrección mis dos hijos maniobraron lo necesario para aplazar sus obligaciones y compromisos. Carlos viajó con su familia desde Asturias a Madrid ese mismo día. Mily y él no se apartaron de mí cada día durante toda la larga y dura Semana de Pascua (¡ay, aquellos vómitos infernales!). Mónica compartió y sufrió conmigo todas y cada una de las noches horrendas de esa semana (¡ay, sus vivificantes toallitas de colonia sobre mi frente y mi cuello y su dulzura!). Se turnaron en su desgaste y pesadumbre. Habían menguado mis fuerzas y mi ánimo hasta quebrarse. Mi mujer y sus esbardos armaron entorno mío el entramado que los sustituyera, dulcificando mi angustia y dándome el aliento perdido.
Mily aguantó como una campeona hasta el penúltimo día, que cayó fulminada (afortunadamente en el hospital). En cuanto relajó la tensión nerviosa tremenda, se desplomó.
Muchos fueron los factores que me permitieron superar la prueba. Mi mujer y mis dos hijos fueron vitales, convertidos en cimientos de mi debilidad. Su entrega abnegada, su paciencia sin límite, su amor, sostuvieron mi ánimo en los más duros momentos. Aguantaron con infinita templanza y mis hijos dieron ejemplo de un estado de equilibrio envidiable.
Todos y cada uno de mis hermanos volvieron a dar singularísimo ejemplo de su amor fraternal y de su casta tribal. Asumieron impasibles mi ruego de no ser visitado. Se las arreglaron para tejer entre ellos la red de comunicaciones que menos me importunara. Y no aflojaron un instante en enviarme toda su fuerza y ánimo. Y arrastraron con ellos toda la potencia de sus familias entrañables.
La clarividencia y capacidad de gestión de mi hermana Fátima resultó absolutamente providencial para poder afrontar la atroz crisis ya hospitalizado y para establecer lazos de comunicación paralelos que aliviaban mis primeras incertidumbres.
Mi hermano Enrique, tras regresar a Sevilla desde Salamanca, aparcar el coche y dejar a su familia, subió en el primer AVE y apareció en la habitación 307 trayéndome el calor de su contacto cuando el olor del quirófano aún estaba en mi piel. Contravino mi ruego pero me es imposible no perdonarle.
Mi nieta permaneció con su madre toda esa semana en Madrid. Decidí no verla en el hospital. Se me partía el alma cuando no pude darle razón de por qué no podía verme en la única conversación telefónica que por su obstinación irrefrenable mantuvimos. Además de otras, yo no veía razón para dejarle una imagen descompuesta de su abuelo.
DE REGRESO A LA GUARIDA:
La intervención funcionó (Rodriguez Peña es un sabio de la ciencia y del alma).
Luego, les costó más de lo esperado volver a poner en marcha el motor: el destrozo había sido severo y la máquina no es nueva. Pero al tercer intento se logró (¡purrum, pum, pof, ..., pum, pum, pum!). Después quedaba normalizar el resto de funciones afectadas (riñón, hígado, ...).
La aventura tremenda que se inició en el hospital el miércoles cuatro, acabó el martes diecisiete con el alta médica y el regreso a casa.
Aún queda que la función digestiva se vaya regulando. Pero ya en mi guarida.
Casi me muero. Pero no.
Lo contemplo como una nueva oportunidad que me ofrece la maravillosa vida. Intentaré estar a la altura de las circunstancias. Tendré que sujetarme para no dar un arrebatado aplauso al comenzar cada nuevo día.
Estoy viendo las primeras tiernas hojas de la higuera que parecen tiritar ante un vendaval invernal tardío. Pero seguirán creciendo voceando la nueva vida. Procuraré no perder detalle.
De todos cuantos me regaláis con vuestro cariño me he nutrido con vuestra energía, vuestro calor y vuestro amor. Han sido cruciales para superar la dura prueba. Os he percibido en lo mas hondo. Muchas gracias desde el fondo de mi alma. Os quiero de todo corazón. Gracias.
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