El Burka vive en el piso de arriba |
Ante un semáforo de Trafalgar Square permanecí absorto contemplando las muy variadas razas y vestimentas que compartían la ciudad de Londres (el influjo de la Commonwealth era evidente). Especialmente llamativos algunos africanos de gran estatura ataviados con túnicas de vivísimos colores. A su lado, impecables caballeros de traje europeo oscuro, paraguas y bombín. Me fascinó que tal diversidad de culturas arrancase a atravesar la calle al cambiar el semáforo sin que, al entrecruzarse, se formase un lío fenomenal.
El proceder de todos ellos (indios, blancos, negros …) era perfectamente semejante y, en algunos aspectos, muy diferente al que yo entonces conocía en nuestras calles: conversaciones sin vocear, respeto sacro a los pasos de peatones, ocupación parcial del paso en las escaleras mecánicas, aceras limpias, …, ¡y circulación rodada por la izquierda!
Algo me costó habituarme al sentido contrario de la circulación cuando caminaba. Pero fue tremendo cuando decidí conducir un coche. ¡Aún no me explico cómo fui capaz de circular por las abundantes glorietas de las carreteras inglesas! Tal sistema de resolver los cruces no existía entonces en España. Nunca se me quitó la impresión de que era un sistema de locos. ¡Pero no se producía ninguna catástrofe: funcionaba! Keniatas, paquistaníes, ugandeses y británicos se desenvolvían con naturalidad y eficacia.
Sólo un secreto hacía posible que todos pudiésemos circular sin generar el caos: el respeto absoluto a las normas y costumbres británicas. Nada chocante por otra parte: ¡estábamos en su país! Que a mí me disgustase el sentido de la circulación y que padeciera enormidades por sujetarme a él no fue óbice desde luego para que lo respetase con disciplina. No había otra opción que el desastre.
Convivir exige normas de comportamiento social. Pocas y claras. Y las normas, sencillamente se cumplen y, si no gustan, se intenta cambiarlas convenciendo a los demás por medios democráticos. Y las señas de identidad de los pueblos se respetan cuando decidimos visitarlos o, mucho más, asentarnos en ellos.
Para ello es imprescindible que una parte (el receptor) tenga bien definidas sus costumbres y normas y que la otra (visitante o emigrante) sea estrictamente respetuoso y cumplidor de ellas.
En España hicimos un tránsito de la dictadura a la democracia absolutamente modélico que mereció el respeto y la admiración de la comunidad internacional. Y cambiamos en muy poco tiempo buena parte de nuestras normas y costumbres discutiendo y acordando entre nosotros. Y en poquísimos años progresamos de forma colosal social y económicamente. Lo tuvimos claro y nos pusimos a ello.
En los últimos años una fuerza destructiva se empeñó en disolver España, complicar nuestra convivencia, confrontar a los españoles y borrar nuestras señas de identidad y hasta nuestra historia.
Creo y espero que el tornado pasará pronto. Y pronto eliminaremos velos de nuestras costumbres y modificaremos (y eliminaremos) las normas que obstaculizan nuestra convivencia: volveremos a progresar recuperándonos del retroceso a que nos llevaron nuestras malas decisiones políticas.
Y seguiremos recibiendo con nuestro afamado e histórico acogimiento a cuantos deseen visitarnos y a cuantos quieran permanecer con nosotros. Tan sólo les exigiremos respeto a nuestras costumbres y cumplimiento de nuestras normas. De todos hemos aprendido a lo largo de nuestra extensa historia y seguiremos aprendiendo. Pero, ¡aprender y hacer nuestro lo bueno, aquello que nos hace mejores!
Lapidación de una mujer en un grabado azteca |
No es bueno hacer que la mujer sea inferior al hombre.
No es bueno exigir una religión.
No es bueno aplicar castigos sangrientos.
No es bueno condenar a los homosexuales.
No es bueno imponernos por la fuerza y la violencia.
Por eso la alianza con ciertas civilizaciones es imposible. Porque existen algunas más atrasadas, menos justas, menos humanas que la nuestra. Y no pueden ofrecer progreso. A ellas debemos ofrecerles nuestras conquistas, nuestros logros adquiridos a lo largo de generaciones y siglos. Pero no podemos aliarnos con ellos. Ni podemos permitir que ninguno de nosotros promueva tamaña barbaridad. Sea el presidente del gobierno o su porquero.
Y si aquí decidiésemos algún día que se conduce por la izquierda, ¡todos a circular por la izquierda! Sin dudas ni contemplaciones. Y como a nadie obligamos a sufrirnos, quien no lo pueda aguantar, ¡que se marche a otra tierra, aquí no tiene sitio!
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