LADY FRIEGAS
EL COMANDO EXTERMINADOR (2)
(continúa la fábula)
- Hasta esta misma mañana he creído en la lealtad de Sobrero -gazmoñeó el ex-Comandante desde la asepsia de su microapartamento saturniano en que le mantenían encarcelado y donde le habían rebautizado con el nuevo nombre de Narciso.
El recientísimo avance en la sincronización de los relojes atómicos ópticos había alterado de tal forma las medidas de tiempo y espacio que ya permitía escuchar y visualizar desde Saturno emisiones terráqueas en tiempo real. Un pequeño paso más y sería posible percibir los acontecimientos con anterioridad a que sucedieran. No otra era la esperanza del nuevo Narciso.
No había perdido el tiempo el sagaz vendedor de humo, presentándose como un supersanador. Había convencido a sus guardianes de que en su mano estaba sanar sus quebrantos. Su técnica era simple: primero “creaba” la dolencia para, más tarde, hacerla desaparecer. El gran milagro de la palabrería hipnótica. Sin duda un formidable maestro en la materia.
Así había conseguido que todo el cuerpo de guardianes, empezando por los jefes, “comieran de su mano”. Aparecían y desaparecían padecimientos por encanto. A cada quien decía exactamente lo que deseaba oír. Y todos enfermaban y sanaban felices con las atenciones de Narciso.
Después, lo más simple fue conseguir su liberación y un pasaje de primera clase especial desde Saturno a la Tierra. Para entonces, aquella idílica sociedad saturniana ya no era tal. Dividida y enfrentada sufría las calamidades y empobrecimiento inevitables. Ellos perdían, Narciso ganaba. Como siempre.
De nuevo en la Tierra fue recibido por Lady Friegas con inmenso entusiasmo. Ella había creído conveniente darse de alta en el registro como Labego lo que le ayudaba a escamotear pistas de sus antiguas conexiones con el Comando Exterminador. Hasta dos días antes su libido la había mantenido vinculada a Sobrero, el último subordinado vivo del famoso (y esfumado) Comando. Repentinamente le sobrevino una anafrodisia (inhibición sexual) tan radical que, la sóla mención del formidable copulador le provocaba una repugnancia insuperable. Vino a coincidir la repulsión con la caída en desgracia del recio apañador debido a evidentes signos delincuentes. Repelido y abominado por todos sus valiosos contactos y por todos cuantos anteayer le aplaudían a rabiar y le rendían pleitesía.
- ¡Al fin juntos de nuevo, amor mío! Luces espléndido, quizás algo más delgado. Y vuelves justo cuando más necesario eres. Porque te supongo al tanto de las horribles trapacerías de tu antiguo asistente que acaparan redes sociales y canales de televisión con las más ignominiosas condenas. ¡Cómo habrá sido capaz el muy miserable, aprovechando tu ausencia y mi candidez! - fueron las palabras de bienvenida a su antigua pareja.
- Gracias por tu amor y fidelidad, vida mía. Muertos Sobresaliente y Titán y fulminado Sobrero para cualquier actividad, me he quedado sin Comando con que comandar a parroquianos y chusma. Por cierto, no existiendo el Comando, deja de tener sentido mi nombre de Comandante. Creo más apropiado y útil usar el que en Saturno me asignaron, Narciso, que me cae sonoro y me agrada sobremanera – le contestó.
- Bromeas sin duda querido Narciso. Tienes a un enorme ejército de devotos, de interesados, de mantenidos, de parásitos, de confundidos y trastornados que precisan de tu guía y mando para asegurar el yantar en sus casas, los dineros en sus sacos y la revancha en sus tripas. Tan solo precisas presentarte como lo que eres, el salvador.
Volvió Narciso a notar correr por su sangre todo cuanto alimentaba a su personalidad. Sin duda aquella mujer era su guía.
Claro que Narciso ignoraba que Labego había empleado con eficacia su ausencia en lo que era magnífica especialista: identificar necesidades o simples pretensiones de unos, localizar a quienes podían proporcionarlas, y negociar el esqueleto para los dineros de unos, de otros y propios. En poco tiempo movió fortunas e hizo importante fortuna para sí. En tales lides encontró a quienes pretendían un ejército de interesados, de mantenidos, de parásitos, de confundidos y trastornados y ofrecían lo que ni en sueños podía imaginar Narciso. Su negociación, muy avanzada, incluía el uso de la centenaria y manida marca aunque aún sirviese de útil blasón para tal patulea, y, naturalmente, anular a Narciso. No fue esta la condición de peor digestión para Labego. Ni mucho menos. Tenía perfectamente asumido que ese aspecto era de su personal incumbencia.
Desde luego conocía otras gentes que soñaban con igual objetivo. Pero no eran profesionales. Ni siquiera hábiles. Tenían además remilgos y abundantes escrúpulos anquilosantes añadidos a una gandulería crónica bien alimentada por una atmósfera burócrata cómodamente asentada en su común cobijo. Y ella lo sabía.
Por otra parte, contaba conque Sobrero, animal salvaje acorralado y con armas feroces, era un peligro no despreciable. No tendría más remedio que ignorar su repentina repugnancia y aprovechar adecuadamente un próximo encuentro con quien suplía su falta de gracejo con retranca y suspicacia campesinas. Pero sabía sobradamente que su cuerpo era un muy contundente aliado para rendir al sentenciado. Pacientemente ella se había hecho con las copias de sus documentos más sensibles que, como era natural, había ido arrendando o entregando bien a los mejores postores o a quienes creía que podían producir reacciones de las que sacar mayor ganancia o mantenía a buen recaudo en espera del momento oportuno. Títeres al fin y al cabo desde las latitudes más exóticas. Los mecanismos formales de las democracias seguían resultando de utilidad enorme para hacer creer a las masas su protagonismo sin que se persuadieran, convenientemente anestesiadas y embrutecidas, de la real oquedad del sistema democrático, para lo que tanto se esforzaron unos y otros durante años.
Finalmente Labego, despierta y sagaz, ha absorbido conocimiento como una excelente esponja de sus múltiples contactos individuales. Ya sabe que los dineros subterráneos se mueven a diario en el ámbito de un campeonato de golfos aficionados, frecuentemente cutre y mísero en el que las cifras de cada negocio raramente aportan más de un millón de dólares a los intermediarios. Aunque los apandadores aficionados son tan numerosos que globalmente manejan cantidades enormes extraídas de los innumerables recovecos de los presupuestos públicos. Los tres reclutas del Comando son (eran) ejemplares modélicos de la delincuencia mugrosa. Narciso es (era) un valioso peón del tablero para el juego importante. ¿Algo más grotesco que un peón creyéndose el rey?
Las piezas convenientemente dispuestas en el tablero. ¿Cuáles habrá que sacrificar para batir al rey contrario? Juega la dama negra.
CM
13-6-2025
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