“ABRA SU TIENDA CUANDO USTED CONSIDERE”
Con el pomposo título de “Ley de Dinamización del Comercio Minorista” el gobierno de la Comunidad de Madrid pretende liberar totalmente los horarios comerciales. El proyecto de ley aprobado comienza manifestando que “Cada comerciante determinará con plena libertad, y sin limitación legal alguna, los horarios, festivos y domingos que abrirá su negocio en la región”.
Parece que una parte de los profesionales afectados pudiera estar en contra de la medida.
En principio es incomprensible que alguien pueda estar en contra de poder actuar con libertad en la gestión de su propio negocio. Parece absurdo que pueda haber quien prefiera que le limiten su capacidad de decisión sobre cuándo o cómo realizar su actividad mercantil.
Cavilando sobre tal rareza se me ocurre que una medida liberalizadora de horarios comerciales debería ir acompañada necesariamente de una modificación del marco laboral. Una flexibilidad total en los horarios comerciales requiere sin duda de contratos laborales también flexibles. En otro caso es muy posible que a una parte del pequeño comercio le resulte inalcanzable optar por un horario totalmente abierto y que ello le deje fuera de juego.
Pero dicho lo anterior, reflexiono también sobre otras posibles razones del comerciante para recibir de malas la noticia. ¿Son todos los minoristas de Madrid comerciantes? Admitiendo que comerciante es quien negocia comprando y vendiendo, creo que algunos de los que tienen establecimiento comercial abierto son simplemente “tenderos” (porque tienen tienda) pero no comerciantes. Hacer buen negocio exige espíritu de “zarracatín” o “regatón”, o sea comprar barato y vender caro.
Me atrevería a decir que todos los consumidores hemos sufrido alguna vez la triste experiencia de dar con un tendero que no quiere hacer negocio. Personalmente acumulo diversas experiencias.
En alguna ocasión pasé al comercio con una idea poco definida y con la intención de que el comerciante especializado me ayudase a concretarla. Recuerdo con escozor un caso en una tienda de telefonía. ¡Pero si la persona que me atendió sabía menos que yo y yo no se nada de ese tema! Quizás tuviera artes de empaquetador, cobrador o “ganapán” transportador (como no pude comprar, tampoco despejé éste extremo) pero desde luego nada que ver con un comerciante, mercader o tratante. Debía ser habitual que el posible cliente saliera de vacío sin llegar a serlo porque no adiviné la menor sorpresa o disgusto en aquél tendero.
Otras veces me sorprendió la actitud arisca y maleducada con la que me recibieron en el supuesto comercio. Como tengo la total certeza de que no pequé en otra cosa que en pasar al establecimiento y saludar correctamente, tengo que concluir que a sus regentes les molestaba atender a un posible cliente y realizar una venta (¿o quizás ser tratados con urbanidad?). No olvidaré aquella juguetería en la que entre el hola y el adiós a los dos que se escudaban tras el mostrador pasaron segundos. Desde luego no vi a ninguna otra persona que distrajera en aquel momento a tales gañanes.
En otra oportunidad me ocurrió que la amabilísima persona que me atendió en una tienda de muebles centró su empeño en quitarme la idea de comprar algo de su almacén que me había llamado la atención. Sus juiciosas consideraciones me hicieron desistir de adquirir el objeto de mi interés. Me quedé esperando la oferta alternativa del simpático. Nunca se produjo. Hasta recuerdo cierta situación embarazosa por esperar que el otro hiciera o dijera lo que ni se le había pasado por la cabeza decir o hacer.
Lo más llamativo es la frecuencia con la que me he encontrado en los comercios con gentes deseosas de evitar o entorpecer que realizase una compra. Imperdonable es cuando la actitud anticomercial procede de un dependiente, hortera o motril. Porque si está percibiendo una remuneración por atender al público y propiciar el negocio es claro que estafa a su empleador. Pero es imperdonable pecado capital si se trata del dueño de la tienda o del baratillo. ¡Y vaya si los hay!
Por desgracia existe una parte del comercio minorista en manos de charangueros totalmente incapaces de ejercer la actividad comercial. Percibo demasiadas veces un tufillo de “aquí estoy para quien se empeñe en comprarme algo pero faltaría más que yo tuviese que molestarme en animarle a hacerlo o facilitárselo”.
Mucho me temo que en el gremio de nuestros tratantes, trujamanes, merceros y tenderos abundan los que confunden ser empaquetador, despachador o cobrador con ser comerciante. Y puede que esa falta de espíritu mercantil explique en parte que se tome a mal el que una nueva ley amplíe la libertad.