Tengo una nieta de dos años y medio (nació el trece de julio de 2008). Me prendé de ella desde que apenas a quince días de nacer la tomé en mis brazos. No soy capaz de expresar todo lo que la bebé me transmitió. Es increíble que aquel cuerpecito menudo y endeble y aquella mirada errática me pudieran enviar una fuerza tan enorme. En aquel primer encuentro también yo le hice mella a la pequeñina. Había comenzado a llorar fuerte. Cuando la tomé entre mis brazos calló de inmediato y se mantuvo atenta, como hipnotizada, a cuantas payasadas y ruidos raros se me ocurrieron. Había surgido entre ambos un flechazo emocional.
Mi nieta es físicamente preciosa. Muy llamativa. Sus ojos, en azul intenso, no pueden pasar desapercibidos. Tiene unos perfiles angelicales, piel transparente y rizos dorados. ¡Un bellezón! Es de natural seria. No prodiga sonrisas ni risas. Pero cuando lo hace el mundo entero se estremece. Soporta mal la imposición y la palabra “no” le produce un rechazo violento. Por contra es enormemente participativa y de un conformar sorprendente cuando le doy razones de mi parecer o proceder contrarios a sus deseos. Me obsequia una ternura infinita. Y tiene una especie de ataques de amor que le impulsan a abrazarme y frotarme sus mejillas sin causa aparente. Yo, ...¡en una de esas muero! Soy cautivo de María de Lugás.
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