Esta semana ha muerto Jaime Salinas.
Me vienen ahora sentimentales recuerdos de una época en que compartimos vida intensamente. Fue para mí un regalo formidable. Y sé que le serví de bálsamo y compañía en unos momentos en que necesitaba demostraciones de afecto y grandes raciones de seguridad.
Nos presentó al inicio de los 80 Ignacio Cardenal, amigo también muy entrañable (hace años fallecido) que como director de AGATA (Aguilar, Alfaguara, Taurus y Altea) fue nuestro jefe durante una época apasionante de mi vida profesional. Jaime era "el editor" y yo el responsable de los números. Es un clásico en el mundo editorial la tensión entre los creadores y las gentes de la economía. Con Jaime no sólo fue fácil superar la tensión. Funcionó una simbiosis asombrosa desde el primer momento. Cierto es que él llegaba de una pésima experiencia económica que a punto estuvo de enterrar su patrimonio. El fallido acuerdo que hizo de Alfaguara con Bruguera casi acaba con Alfaguara y con Jaime.
Pero por fortuna apareció oportunamente el formidable tándem Polanco/Pancho para, de la mano de Cardenal, rescatar a la editorial más interesante de aquel panorama español. Jaime no defraudó. Desarrolló un catálogo sólido, atrevido, comprometido con el libro y exitoso.
A sus proyectos editoriales yo les ponía los números atendiendo disciplinadamente su clasificación de los títulos propuestos en categorías ("estrellas") comerciales. Sus argumentaciones defendiendo sus proyectos me asomaron a la edición de narrativa. ¡Qué lujo de aprendizaje! Tuve en él al mejor maestro de la disciplina tanto por su conocimiento profundo de la edición y sensibilidad especialísima como por la inmensa elegancia de sus maneras. El dandismo de Jaime estaba totalmente alejado de la petulancia. Muy al contrario, en nuestras "discusiones" mostraba siempre un enorme interés y respeto por las indicaciones que pudiera hacerle. Para mí fue un extraordinario privilegio. Y, aún más que por el nutriente profesional que me aportó, por su inmenso regalo de humanidad.
Disfrutaba participándome la vida extraordinaria que le había tocado vivir. Hijo del insigne Pedro Salinas, arrastrado por las circunstancias de su padre a la vida del exilio, a una cultura norteamericana desconocida para él y, lo que fue más trascendente, repudiada por su mismo padre, marcó a fuego su personalidad: reservado con su intimidad y social en lo demás. Sus recuerdos de las casas familiares en la costa levantina y en Argelia, los abuelos, los numerosos tíos, ..., la guerra mundial. ¡Que alejada la personalidad de Jaime de las hazañas bélicas! Y, sin embargo, su participación en la gran guerra como componente de la cruz roja en Francia fue la salida que usó para buscar su independencia, el camino de su libertad personal.
Recordando ahora tantas y tantas horas de charla estimulante me queda ante todo su profundo sentido ético y estético. Si no aprendí más de él en nada le es imputable.
Jaime, estarás donde los mejores. Descansa en paz.