Al tiempo, tenemos que atender unos gastos imponentes, consecuencia de un desarrollado estado de bienestar social (salud y educación públicas, subsidios al desempleo, a la vivienda, al transporte, …, al cine, a escéntricos estudios, ...), de un formidable derroche en los gastos públicos (dietas, coches, viajes, festejos, …) y de una espeluznante corrupción pública (cargo de gastos privados, disposición fraudulenta de fondos públicos, …). Lamento los puntos suspensivos pero no me caben la inmensidad de casos que me vienen a la mente.
No hay dinero para atender el pago de los gastos. Se acude al préstamo. Los prestamistas dudan crecientemente de que España pueda atender sus obligaciones de pago. Quienes prestan cobran el riesgo de impago; ¡y de qué manera! Ya se han cerrado préstamos a más del 7%. La posición financiera es de tal debilidad que parece que sólo preocupa conseguir el anticipo, al coste que sea.
Como el crecimiento es cero (o negativo) y se toma dinero a más de un 7% de interés, cada día pesa más en las cuentas españolas el gasto financiero, el pago de los intereses de la deuda. Y cada día la letal madeja se hace mayor.
Me asaltaban esos pensamientos mientras observaba ayer embelesado cómo jugaba mi nietecita (algo más de tres años) en el parque infantil con otros de, más o menos, su talla. Y, al tiempo, me llegaba la noticia del séptimo cumplemeses de Xavi, primer hijo de una joven amiga. Y recordaba la proximidad del viaje de retorno de otros jóvenes amigos con su hijito recientísimamente adoptado en un país de hambre y desesperación. ¡Tantos inocentes! Ellos también sufrirán las consecuencias terribles de la situación económica que abreviadamente describo arriba. Las padecerán, ¡pero ellos no pueden hacer nada por evitarlo! Nosotros les obligaremos a asumir la mortífera herencia.
¿De verdad no seremos capaces de hacer lo necesario para evitar el padecimiento de nuestros SANTOS INOCENTES? Nuestra naturaleza nos exige hacerlo; ¡hagámoslo!